miércoles, 13 de junio de 2007

Cuando me despierto de madrugada y las luces están apagadas

Uno de los momentos en los que me crece en el alma un miedo más hondo es cuando me levanto de madrugada para escribir o para leer frente a mi escritorio mientras sé que mi novia aun está durmiendo. Me explico. Resulta que el escritorio lo tengo encarado hacia una ventana que asoma a un patio interior típico del barrio de l’Eixample de Barcelona. De modo que cuando estoy sentado en él y además es de día, puedo gozar de una magnifica vista en la que se incluyen: los dos patios de un colegio; el ábside gigante, la planta y los dos campanarios de la basílica dedicada a Sant Josep Oriol; la ruta de los aviones que, bordeando la costa se dirigen, viniendo desde el norte o viniendo desde el mar, hacia el aeropuerto de el Prat; las antenas de televisión que hay en el tejado de la mayoría de las casas (me gusta fijarme en ellas porque estas antenas anclan mi imaginación en un mundo más de mecanismos antiguos y menos de chips y de computadoras), la colada que los vecinos de los edificios que hay frente al mío extienden en sus terrazas y en sus balcones (también me gusta fijarme en las coladas de los vecinos porque hacen que el mundo parezca más humano y más vivo); las, extrañamente, abundantes gaviotas que sobrevuelan en círculos los dos patios del colegio y el ábside y la planta de la basílica dedicada a Sant Josep Oriol. Y resulta lo mismo que la cama la tenemos detrás del escritorio, de manera que si me siento a escribir o a leer esta queda situada a mi espalda. Entre el escritorio y la cama, a modo de separación, hay una cortina espesa.

Si es de día no pasa nada, pues de día la luz, la vida y la alegría van de la mano y no hay nada que temer. Ni nadie a quien debamos vigilar. Pero si es de noche o de madrugada - que es cuando, como antes decía, me levanto para escribir o para leer - entonces, ah, entonces sí que pasa: porque es a esa hora cuando, por lo oscuro, la imaginación y el horror van de la mano. Pues es por lo oscuro de la noche que las torres que veo desde mi ventana se transforman en unas torres ominosas y horrorosas. Pues es por lo oscuro de la noche que los dos patios vacíos del colegio parece que están habitados por las almas desangeladas de niños espectro. Pues, y lo peor, es por lo oscuro, y por la cualidad que esta oscuridad otorga tanto a las torres y a los patios, transformando el efecto que ejercen en mi imaginación, como al hecho de que mi novia esté durmiendo a mi espalda, que me vienen del recuerdo las imágenes de algunas películas en las que aparecen mujeres pálidas y con las cuencas de los ojos vacías de ojos. Mujeres que intentan gritar con la boca muy abierta pero que al hacerlo no consiguen emitir sonido alguno. Mujeres que señalan con el dedo, que miran con la mirada perdida y sin poder ver lo que miran. Ay, y es entonces cuando me viene el miedo del que os hablaba al principio. Porque al recordar esas imágenes en las que aparecen mujeres espectrales y desalmadas pienso en mi novia y la imagino como si fuera una de ellas. E imagino que se levanta, y que mientras lo hace no soy capaz de oírla. Y que desplaza la cortina espesa que separa el escritorio de la cama y que, de nuevo, tampoco soy capaz de oírla. Y que posa una mano en mi hombro y que al girarme la veo con la boca abierta y con las cuencas de los ojos huecas de ojos. Y que mira hacia la ventana asomada a la oscuridad de la noche mientras, señalando con el dedo y con la boca muy abierta, grita en silencio. Uf. Sé que alguno pensará: pues vaya tontería tan grande es esta de tener miedo de su propia novia y, además, imaginarla como si fuera un espectro de ultratumba. Pero yo esto ya lo sé. Ya sé que es una tontería muy, muy grande imaginar a mi novia de esta manera horrorosa. Y sé lo mismo que, además, imaginar esto no tiene ningún sentido, pues mi novia es la luz, la alegría y la felicidad. Pero la verdad es que no puedo evitar que en mi imaginación, qué sé yo por qué motivo, crezcan estas imágenes.

Por otra parte, he de decir que imaginar cosas como las que os he explicado, hacer crecer dentro la realidad mundana este tipo de espejismos, no está del todo mal. Es decir: no está del todo mal enriquecer la realidad más pragmática con situaciones, o pensamientos, o imágenes que viven en la fantasía más absoluta. Yo, involuntariamente, lo he hecho desde que tengo uso de memoria y de razón, pues he de confesar que ya desde que era muy pequeño tenía la tendencia a confundir los sueños con la realidad. O, mejor: a mezclar los sueños y la realidad. Los mezclaba y hacía, de estos dos mundos separados, un solo mundo. Por ejemplo, durante una temporada creí que era del todo cierto que una noche había visto caminar en fila, uno tras otro y por el pasillo de mi casa, a una hilera de nosferatus; de nosferatus como el que aparece en la película Nosferatu de Murnau. O también, durante otra temporada, creí que era del todo cierto que desde la ventana del cuarto en el que jugaba con mi hermano había visto una hilera (otra vez una hilera) de objetos voladores raros, con forma de noria de feria, de disco luminoso o de camión, que volaban a lo lejos y muy lentamente, como exhibiéndose impudorosos ante todo aquel que los quisiera observar. Y hasta hubo una temporada durante la que creí que era cierto que había matado a una persona, no recuerdo a quien no por qué motivo, y que la había enterrado, plegado sobre sí mismo en mil dobleces, debajo de una baldosa del colegio en el que estudiaba (sí, sí, como lo oís, debajo de una baldosa al uso y enterrado en bajo el embaldosado del colegio; y los niños, mis amigos y todos los demás, correteando por encima de aquí para allá: bizarro, bizarro); y que temía que el director la descubriera y que me castigara con la pena de la cárcel o con penas aun mayores.

Obviamente, todo estas cosas de las que os he hablado no son más que irrealidades. Y que tanto los sueños del pasado como los horrores del presente son, en lo hondo, cualidades que el mundo no posee. Pero son cualidades que, al parecer muy reales en la imaginación, enriquecen el mundo con una característica que, aunque en realidad no tiene, en verdad lo hace más vivible. Me refiero a esa característica que posee el mundo para los niños. Y que lo convierte, para ellos, en fuente de alegría y de felicidad. Me refiero, claro, a la fantasía.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

pues a mí me pasa algo parecido, cuando por la noche se acerca mi hijo (tu sobrino) a nuestra cama.
Si por casualidad-insomnio estoy despierto, al ver la puerta del pasillo que se abre lentamente, y ver la sombra de su cuerpecillo acercarse lentamente a nuestra cama, un escalofrío me estremece momentáneamente, ya que el sonido de sus lentos pasos, sumado a la grotesca y deforme sombra que proyecta, hace que mi imaginació se desboque, y si todo esto pasa en el sopor de la noche (cuando el atontolinamiento del sueño te hace incapaz de razonar con lucidez) te aseguro que me posee un verdadero y momentáneo sentimiento de pavor.

Joan Carles dijo...

¿Lentos pasos? ¿Grotesca y deforme sombra? Ay, ay, ay, temo... temo lo peor: ¿no será que tú eres un sosías del rabino Löw y que Víctor es tu Golem particular?