viernes, 22 de junio de 2007

Superhéroes V: a propósito de Watchmen

Acabo de releer el primer capítulo de la serie Watchmen. Escrita por Alan Moore, dibujada por Dave Gibbons y coloreada por John Higgins, los doce capítulos de los que consta la serie fueron publicados durante 1986 y 1987. Al poco tiempo de ser publicada se convirtió en una obra mito. Premiada y prestigiada por todo tipo de publicaciones se la consideró, de manera casi unánime, una obra maestra más allá del medio de expresión en el que había sido creada: el cómic. Y es una obra, además, muy meditable y en la que se plantea de manera trágica, y hasta melancólica, el papel y el sentido del Héroe y de lo heroico en la sociedad moderna.

Pues bien, como decía antes, he releído el primer capítulo de Watchmen.

En este capítulo hay diálogos y pensamientos memorables. Uno de esos pensamientos a los que me refiero es el que, a propósito de la muerte de un antiguo amigo (y socio en la defensa de la justicia y del Bien), nos regala el Dr. Manhattan. Dice este Héroe, pensando en la vida y en la muerte: “Un cuerpo vivo y un cuerpo muerto tiene el mismo número de partículas. Estructuralmente, no hay diferencia. La vida y la muerte son abstracciones. ¿Por qué debería estar apenado?”

La diferencia entre la vida y la muerte. Tema meditable por antonomasia, ¿no?

Estas frases del Dr. Manhattan me han hecho pensar en estos dos conceptos de los que hablan. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Desde cuándo el Hombre se preocupa por la vida y la muerte? ¿Desde lo más antiguo de lo antiguo? ¿O, más bien, desde que en el corazón del Hombre surgió el hecho de lo religioso? Yo no sé decidir una respuesta clara y meridiana que dé respuesta a estas preguntas pero la verdad es que pensando en ellas, y pensando lo mismo en otras que giran alrededor del mismo tema (el tema de la vida y de la muerte), he releído algún capítulo de algún libro que habla de la historia de los más antiguos y que tenia sometido al polvo y al aburrimiento en alguna de las estanterías que tengo en casa. Resumo lo que he leído.

Resulta que hay evidencias físicas que aseguran que los hombres de Neandertal ya enterraban a sus muertos: en La Ferrassie (Francia) y en Shanidar (Irak), por ejemplo, se han encontrado tumbas en las que familias enteras están ubicadas en posiciones nada azarosas junto a lo que fueron, aseguran los estudiosos, sus más valiosos bienes. Estas evidencias físicas aseguran que aquellos hombres, que vivieron hace 30000 o 40000 años, ya supieron distinguir entre lo que era la vida y lo que era la muerte. Y, a raíz de estas mismas evidencias, los estudiosos derivan también que los hombres de Neandertal ya tenían un concepto ancho de lo que era el alma, y que, además, tenían un sistema organizado de bienestar social, de cuidado y respeto por los ancianos, y de organización política (de gobierno) y filosófica. No obstante, debe decirse que estos lugares de entierro han sido cuestionados por otros estudiosos en la materia, por considerarlos fraudulentos; o por considerarlos, simplemente, casuales.

Pero si consideramos estos lugares de entierro como verídicos y no como lugares en los que casualmente se han acumulado esqueletos y utensilios antiguos (es decir, si consideramos que los hombres de Neandertal efectivamente enterraban a sus muertos), y aunque no supongamos todo lo que los arqueólogos concluyen a partir de esta suposición (y que antes enumeraba), podemos meditar en dos consideraciones: en la del entierro como hecho físico, y en la de entierro como hecho ritual. En cuanto a lo físico, e independientemente de cualquier otro aspecto añadido, el simple hecho de enterrar a los muertos había de ser útil por dos motivos: para disuadir a los animales carroñeros y para enmascarar el olor pútrido de los cadáveres en proceso de descomposición. En cuanto a lo ritual, en cambio, el hecho de entierrar a los muertos se dibuja más complejo para el entendimiento, pues se derivan de este hecho la existencia de dos ideas llave para entender el desarrollo histórico del Hombre: la idea de la vida y la idea de la muerte; pues lo ritual hubo de servir, y sirve, para definir una frontera que ellos ya empezaron a ver: la frontera que hay entre el vivo y el muerto.

Aquellas primeras celebraciones rituales de la muerte santificaron la vida. Y constituyeron la primera evidencia de que el hombre se empezó a plantear algo que, conceptualmente, alcanzaba más que la simple valoración instintiva de la vida; de que empezó a formarse lentamente, desde la bruma de los tiempos en los que la historia del Hombre casi no estaba dibujada, una convicción que decía que la vida es digna de reverencia.

Ah, momento trascendente como pocos en la historia del Hombre, ¿no? Pues aquella reverencia a la vida que el Hombre ha practicado desde entonces es lo que ha permanecido como la base moral de toda acción humana desde entonces.


Figura 1: entierro en La Ferrassie.

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