domingo, 10 de junio de 2007

Dientes

Hay un no sé qué en la mala disposición de los dientes en una dentadura, que no atino a comprender del todo. Porque no es lo mismo verle la dentadura, blanca y bien dispuesta, a un vampiro dandy (por ejemplo, Christopher Lee), que vérsela a otro que la tiene desarreglada y ennegrecida, o con más dientes de la cuenta, o con los dientes acumulados en desorden. Como tampoco es lo mismo verle la dentadura a un perro florero (por ejemplo, un perro collie o un perro bobtail), que vérsela a otro que la tiene con los dientes salientes, o con demasiados dientes afilados, o, simplemente, con demasiados dientes.

Quizás es porque los dientes fueron uno de los elementos básicos en el desarrollo de nuestra cultura (ojo: no digo el más importante, pero si uno de los más importantes porque si no hubiéramos tenido una dentadura como la que tenemos - y conjeturo que antes, en lo antiguo, la teníamos hasta más robusta - no hubiéramos podido alimentarnos como lo hemos hecho; y no sé yo si alimentándonos únicamente de bayas y de frutos silvestres hubiéramos podido llegar donde hemos llegado). O quizás porque tenemos en el subconsciente el recuerdo borroso de cuando, siendo lactantes desdentados, empezaron a crecernos los dientes, y del dolor que eso nos trajo a la boca. O quizás porque la dentadura, al ser un buen observador de la juventud, de la adultez y de la vejez, importa más en nuestro subconsciente (otra vez el subconsciente) de lo que realmente creemos y al verla de un modo ajeno a la normalidad nos incomoda por no poder catalogar en uno de estos tres estadios de la vida a quien la luce de ese modo. O quizás porque no hay mucho romanticismo ni mucha erótica en los mordiscos cariñosos de un amante que no tiene una dentadura al uso; y al ser este, el de los mordiscos cariñosos, un comportamiento al que todos acudimos con frecuencia, imaginarlo practicado por alguien con una dentadura espectral nos produce, o al menos en mí lo hace, la sensación de asistir a una especie de canibalismo sexual bizarro; y eso incomoda: por estar asistiendo a lo habitual pero practicado por lo raro (imaginaos a un hombre con una dentadura enbarrecida por el sarro y con los dientes apelotonados y en desorden; e imaginaos a este hombre mordisqueando el cuello de su amante; creo que estaréis conmigo si afirmo que esta imagen no es, digamos, demasiado erotizante; ¿o hay para quien sí lo es?).

Yo no sé, yo no sé por qué unos dientes dispuestos de manera rara son capaces de incomodar tanto. Pero lo que si sé es que un vampiro con la dentadura desarreglada me produce al menos el triple de miedo que un vampiro dandy. Ay.


Figura 1: modelo de vampiro para Van Helsing (2004), película de Stephen Sommers.
Figura 2: fotograma de Vincent (1982), cortometraje de Tim Burton.

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