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lunes, 11 de junio de 2007

La geometría de los cuasicristales

“Los artistas islámicos medievales llegaron a diseñar cuasicristales casi perfectos, un complejo patrón geométrico que descubrió –o más bien redescubrió, según lo que se cuenta a continuación– el físico y matemático Roger Penrose en el decenio de 1970. Meter J. Lu, físico, estudiante de doctorado en Harvard, vio en Uzbekitán teselados con características que parecían propias de cuasicristales. Un examen de numerosas fotografías de Irán, Irak, Turquía y Afganistán le condujo, con la colaboración del cosmólogo y experto en cuasicristales Paul J. Steinhardt, de Princeton, a descubrir que a partir de 1200 se construyeron en esa zona mosaicos arquitectónicos –girih– mediante la combinación de cinco tipos de tesela: pajarita, pentágono, diamante, hexágono alongado y decágono. El nuevo método permitió concebir patrones periódicos más complicados. En el santuario Darb-i-Imam, o santuario de los imanes, del siglo XV, en la ciudad iraní de Ispahán, el teselado es traslacionalmente cuasiperiódico: las frecuencias con que aparecen los distintos tipos de teselas no forman entre sí cocientes de números enteros. Esta ordenación permite simetrías rotacionales prohibidas cristalográficamente. Y estas son, precisamente, las características que definen un cuasicristal.” (nota escrita por J.R. Minkel, y aparecida en el número de junio de 2007 de la revista Investigación y Ciencia).


Figuras 1 y 2: mosaicos de la Alhambra de Granada.


sábado, 9 de junio de 2007

Los hijos de los Nephilim

En la versión del Rey James de La Biblia (a la que lo eruditos llaman The King James Version of The Bible) están traducidos los versículos desde el 1 hasta el 8 del capítulo 6 del Génesis como sigue:

“And it came to pass, when men began to multiply on the face of the earth, and daughters were born unto them,

That the sons of God saw the daughters of men that they were fair; and they took them wives of all which they chose.

And the Lord said, My spirit shall not always strive with man, for that he also is flesh: yet his days shall be an hundred and twenty years.

There were giants in the earth in those days; and also alter that, when the sons of God came in unto the daughters of men, and they bare children to them, the same became mighty men which were of old, men of renown.

And God saw that the wickedness of man was great in the earth, and that every imagination of the thoughts of his heart was only evil continually.

And it repented the Lord that he had made man on the earth, and it grieved him at his heart.

And the Lord said, I will destroy man whom I have created from the face of the earth; both man, and beast, and the creeping thing, and the fowls of the air; for it repenteth me that I have made them.

But Noah found grace in the eyes of the Lord.”









Figura 1 (izquierda, arriba): The big man (2000), por Ron Mueck.
Figura 2 (izquierda, enmedio): Boy (2001), por Ron Mueck.
Figura 3 (izquierda, abajo): In bed (2005), por Ron Mueck.
Figura 4 (derecha, arriba): Mask III (2005), por Ron Mueck.
Figura 5 (derecha, enmedio): Wild man (2005), por Ron Mueck.
Figura 6 (derecha, abajo): A girl (2006-2007), por Ron Mueck.

miércoles, 6 de junio de 2007

La Muerte toca el violín

Hay un cuadro de Arnold Böcklin que me sumerge en mil discursos. En este cuadro, él mismo se autorretrata como si estuviera meditando acerca de una nueva perspectiva, o de una nueva disposición de los elementos, o de una nueva combinación de los colores, o en una nueva idea en una obra en la que está trabajando. Y detrás de él, una calavera sonríe.

La primera vez que vi este cuadro del que os hablo he de reconocer que no le concedí demasiado tiempo. Y que al mirarlo lo primero en lo que pensé fue que la calavera que está detrás de Böcklin está, de hecho, susurrándole o, mejor aún, aconsejándole algo sobre lo que, hasta ese momento, al pintor no se le había ocurrido. Parece que la calavera le está diciendo: fíjate en esto y en aquello, ten en cuenta este y aquel matiz, piensa en ciertos destellos, piensa en ciertas delicadezas laterales al uso común de los pintores. Y, además, parece que Böcklin escuche atento y con mucho interés lo que la calavera le está diciendo. Como asintiendo a lo que le está diciendo. Parece, pensé, que la calavera le hable con palabras de miel. Y que para Böcklin eso sea suficiente para consentir lo que le dice. Después, no pensé más en el cuadro.

Pero la casualidad, que es una de las cualidades que reconozco más interesantes en la vida, hizo que en otra ocasión me encontrara de nuevo con este cuadro. Y fue entonces cuando lo miré con más detenimiento y con el espíritu más reposado. Enseguida me di cuenta de que lo que hace la calavera, más que susurrar o aconsejar al pintor, es inundarle con su música la cabeza y la imaginación. Pues la calavera está tocando el violín. Y con el arco aferrado por su mano nudosa, sonríe. Sonríe con una sonrisa que parecer decir: "Bocklin, pintor, te he engañado con mi música y ahora, por fin, eres mío." Entonces, y a propósito de esa sonrisa tan fraudulenta (y digo fraudulenta porque sonríe al saberse dueña del espíritu del pintor de manera deshonesta y mentirosa), es cuando se me ocurrió pensar: una calavera tocando el violín necesariamente no ha de ser una calavera al uso normal de las calaveras: ha de ser algo más eso. Pues el violín enriquece y da profundidad a la percepción que tenemos de ella. Y entonces fue cuando me vino a la imaginación que esa calavera, más que una calavera anónima, es la mismísima Muerte.

En este autorretrato Böcklin se pinta como un inspirado por la Muerte. Pero lo hace suponiendo que esa inspiración que la Muerte le concede no está consentida por él sinó que es totalmente inconsciente. Pues parece que lo que el pintor quiere decirle al espectador es que quien él cree que inspira su trabajo es la música, y no ese Ser a quien él no ve y del que no sabe absolutamente nada. Y que es en esta música que le llena la cabeza de ideas en lo que él confía y de quien se deja aconsejar. Una música que, entonces, quizás Böcklin vea como una metáfora de la inspiración artística. Es decir, del mundo en el que habitan las musas y las ideas a las que se refirió Platón. Del mundo, en definitiva, en el que habita lo insondable, que es el lugar al que ha de pretender acceder todo artista que quiera descomponer y explicar, mediante su arte, la realidad en la que vive. Considero, entonces, que Böcklin piensa que en verdad el concepto que habla del mundo en el que habitan las musas, del mundo de las ideas de Platón, del mundo de lo insondable, no es más que una máscara que ha fabricado y con la que se disfraza quien realmente acompaña e inspira al artista: la Muerte misma.

Pero considerar que el arte está inspirado por la Muerte no es poco terrible. Pues supone que el arte surge del dolor y que, por lo tanto, no hay arte sin dolor. Y que, entonces, el arte supremo viene del dolor supremo. Es decir, de la conciencia de la muerte.

Meditable.

Ah, el tiempo huye veloz. Y al hacerlo la vida se encoge y la muerte apremia. Pero hay suerte en nuestras vidas. Porque en el camino que recorremos desde que nacemos hasta que morimos podemos disfrutar de las obras que otros, aún más apremiados que nosotros pues fueron capaces de escuchar las melodías que surgen del violín que los inspira, han creado para nosotros y para el mundo. Es una suerte para nosotros y para el mundo que haya arte en nuestra vida. Aunque tan sólo sea una máscara con la que se disfraza quien ha de acabar con nuestra vida.

El cuadro del que os he hablado se titula Self Portrait with Death with a Violin.


Figura 1: Self Portrait with Death with a Violin (1872), óleo sobre lienzo de Arnold Böcklin.


lunes, 4 de junio de 2007

Richard Dadd: artista y loco

Existe, en la historia del arte, un hecho que aparece con cierta frecuencia y que me produce una estupefacción más que notabilísima. Me refiero a la relación que en no pocas ocasiones hay entre la genialidad y la locura. Hablar de ello no es hablar de nada nuevo: hasta se han escrito libros enteros y eruditos sobre el tema. Además, todos conocemos algunas, o muchas, de las extrañezas que decoraron la vida de Lovecraft, Wagner, Fuseli, Blake, Van Gogh o Gödel, por citar a algunos de los artistas a los que me refiero. Pero en el país de los genios locos no todo son nombres que vivieron, o viven, en la fama. Por ejemplo, el de un pintor: Richard Dadd.

Richard Dadd, que vivió entre 1817 y 1886, fue un pintor del que, ya de joven, decían: este hombre ha de tener una carrera imparable. Con 20 años fue admitido en la Royal Academy of Arts y, andando el tiempo fundó, junto con William Powell Frith, Augustus Egg, Henry O’Neil y otros, un grupo al que llamaron The Clique, del que fue considerado el líder. The Clique fue un grupo de artistas victorianos que se caracterizó por su rechazo al arte academicista en favor de la pintura de género: en sus encuentros todos los miembros del grupo producían dibujos sobre un mismo tema para que, al final, pudieran ser juzgados por otros que no eran artistas. Opinaban, pues, que el arte debía ser juzgado por el público y no conforme a ideales académicos.

Durante 1842 viajó por algunos países del cercano oriente, una zona no demasiado explorada por los artistas de la época. Grecia, Turquía, Palestina, Egipto, Jordania, el desierto de Engaddi, fueron el escenario de su viaje. Fue entonces que, mientras viajaba a lo largo del Nilo a bordo de un barco, la salud de su mente cambió dramáticamente: se creyó poseído, precisamente, por el Dios egipcio Osiris.

Al regresar a Inglaterra, durante la primavera de 1843, fue cuando se le diagnosticó una inestabilidad mental profunda, por lo que su familia decidió llevarlo a Cobham, un pueblecito del distrito inglés de Kent. En agosto de aquel mismo año, asesinó a puñaladas a su padre, creyendo que era el mismísimo Satanás disfrazado. Después de ser detenido, fue internado en el departamento de enfermos criminales del Hospital psiquiátrico de Bedlam. Su diagnóstico nunca fue claro, aunque todos los indicios apuntaron a una esquizofrenia grave.

Fue en Bedlam donde, entre 1855 y 1864, pintó su cuadro más famoso: The Fairy Feller’s Master-Stroke. Hiperdetallista y trabajado con una técnica que otorgaba al cuadro el aspecto de estar pintado en tres dimensiones, Dadd lo consideró inacabado a la par que incomprendido. Para explicarlo, lo mismo que para darle un contexto, Dadd escribió un poema extraño titulado Elimination of a Picture & its subject – called the Feller’s Master Stroke, en el cual los personajes del cuadro aparecen con un nombre y con un propósito. Copio un fragmento del poema:


I thought on nought - a shift
As good perhaps as thinking hard.
Fancy was not to be evoked
From her ethereal realms
Or if so, then her purpose cloaked
And nuzzling the cloth, on which
The cloudy shades not rich,
Indefinite almost unseen
Lay vacant entities of chance,
Lent forms unto my careless glance
Without intent, pure fancy 't'is I mean
Design and composition thus -
Now minus and just here perhaps - plus -
Grew in this way - and so - or thus,
That fairly wrought they stand in view
A fairy band, much as I say, just so 'tis true.

Aunque, como he dicho antes, la intención de Dadd fue que el poema explicara el cuadro, al leerlo salta a la vista que no consiguió su objetivo y que, quizás, hasta oscureciera su significado.

En julio de 1864, y después de pasar más de 20 años en el Hospital psiquiátrico de Bedlam, Dadd fue trasladado al asilo para lunáticos de Broadmoor, a las afueras de London. Fue allí donde, el 7 de enero de 1886, murió a causa de una enfermedad pulmonar.


Figura 1: The Fairy Feller's Master-Stroke (1855-1864), óleo sobre lienzo de Richard Dadd.

domingo, 3 de junio de 2007

La calavera de platino y diamantes de Damien Hirst

Damien Hirst continúa, a propósito de sus obras, reflexionando acerca de la vida y la muerte.

Hirst nació en Bristol en 1965, y lidera una corriente de artistas británicos que ha sido llamada con el nombre de la Young British Artists (nombre que se dio a las exposiciones y espectáculos que se organizaron en la Saatchi Gallery, situada en el norte de London, desde 1992 en adelante, y que llevaron a la fama a los artistas que en ellas exponían; de ellas este grupo de artistas tomó su nombre). De todos ellos él es, sin ninguna duda, el más provocador.

Su obra icono la creó en 1991, como respuesta al ofrecimiento de financiación que Charles Saatchi, el fundador de la Saatchi Gallery, le hizo con el propósito de que creara, sin restricción alguna, la obra que a él le apeteciera. Esta obra, que lleva el filosófico y meditable título de The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living, consistió originalmente en el cuerpo de un tiburón tigre de 14 pies de longitud preservado en una solución de formaldehído, y metido dentro de una urna de cristal. El tiburón fue cazado por un pescador en Australia. El nombre técnico de esta obra fue: “Tiger shark, glass, steel, 5% formaldehyde solution, 213 x 518 x 213 cm.” La obra se expuso por primera vez en 1992, en la primera exposición de la Young British Artists. Durante el año 2006 el tiburón tigre original tuvo que ser substituido por un nuevo especimen debido al deterioro que había sufrido. Esta vez el tiburón fue cazado en Queensland.

La última obra de Hirst se titula, otra vez de manera muy meditable y filosófica, For the Love of God y nada tiene que ver, al menos en lo formal, con la obra de la que antes he hablado. For the Love of God consiste en una calavera de platino en la que se han incrustado 8601 diamantes. De hecho es, más bien, el vaciado de platino obtenido a partir de una calavera antigua que Hirst compró en un mercado de Islington, al norte de London. Un gran diamante rojo está situado en medio de la frente. Los dientes son los de la calavera original que Hirst utilizó para confeccionar la de platino. Según aseguran los análisis efectuados mediante la técnica del carbono 14, la calavera original perteneció a un varón europeo de unos 35 años que vivió entre 1720 y 1810.

En la actualidad Hirst ya no tiene vinculación alguna con Charles Saatchi, con quien no trabaja desde el año 2003, por lo que ya no expone sus obras en la galería londinense de su antiguo mecenas. En esta ocasión For the Love of God estará expuesta, junto con algunas otras de sus últimas creaciones, en la galería White Cube, también de London. Dice Hirst que esta obra está inspirada en una calavera azteca adornada con turquesas que vio cuando era pequeño en el British Museum. Y que sueña con que el museo las exponga juntas.

For the Love of God está valorada en unos 50 millones de libras. Unos 75 millones de euros. O, lo que es lo mismo, unos 100 millones de dólares. Es el mayor precio otorgado a la obra de un artista vivo lo mismo que, según publicita la galería White Cube, una obra sin precedentes en la historia del arte.

De su última obra, Hirst opina que: “It shows we are not going to live for ever. But it also has a feeling of victory over death."


Figura 1 (iquierda): modelo hecho con Lego de la obra de Damien Hirst The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living.
Figura 2 (derecha): The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living.
Figura 3: Damien Hirst con su obra For the Love of God.

sábado, 2 de junio de 2007

Igor Mitoraj y Edgar Allan Poe

Hoy he vuelto a pasar por delante de la exposición de Mitoraj de la que ayer hablaba. No se agota la melancolía que me crece en el alma al pasear entre las estatuas de bronce. Al contemplarlas, me continúa entrando un estremecimiento silencioso y profundo. Y también una sensación como de desamparo, como de soledad, como de orfandad. Quizás sea por esto último que al contemplarlas me entran unas ganas muy grandes de volver a Roma. Quizás sea para volver a estar entre lo antiguo. Quizás para volver a estar con lo auténtico. Quizás, en definitiva, para volver a casa.

Mientras volvía a casa, a la de Barcelona, claro, y aturdido por el recuerdo de las estatuas mezclado con el de Roma, me he acordado de un poema de Edgar Allan Poe. Se titula The Coliseum y lo escribió en 1833. Lo copio a continuación.


Type of the antique Rome! Rich reliquary
Of lofty contemplation left to Time
By buried centuries of pomp and power!
At length- at length- after so many daysOf weary pilgrimage and burning thirst,
(Thirst for the springs of lore that in thee lie,)
I kneel, an altered and an humble man,Amid thy shadows, and so drink within
My very soul thy grandeur, gloom, and glory!

Vastness! and Age! and Memories of Eld!
Silence! and Desolation! and dim Night!
I feel ye now- I feel ye in your strength-
O spells more sure than e'er Judaean king
Taught in the gardens of Gethsemane!
O charms more potent than the rapt Chaldee
Ever drew down from out the quiet stars!

Here, where a hero fell, a column falls!
Here, where the mimic eagle glared in gold,
A midnight vigil holds the swarthy bat!
Here, where the dames of Rome their gilded hair
Waved to the wind, now wave the reed and thistle!
Here, where on golden throne the monarch lolled,
Glides, spectre-like, unto his marble home,
Lit by the wan light of the horned moon,
The swift and silent lizard of the stones!

But stay! these walls- these ivy-clad arcades-
These moldering plinths- these sad and blackened shafts-
These vague entablatures- this crumbling frieze-
These shattered cornices- this wreck- this ruin-
These stones- alas! these grey stones- are they all-
All of the famed, and the colossal left
By the corrosive Hours to Fate and me?

"Not all"- the Echoes answer me- "not all!
Prophetic sounds and loud, arise forever
From us, and from all Ruin, unto the wise,
As melody from Memnon to the Sun.
We rule the hearts of mightiest men- we rule
With a despotic sway all giant minds.
We are not impotent- we pallid stones.
Not all our power is gone- not all our fame-
Not all the magic of our high renown-
Not all the wonder that encircles us-
Not all the mysteries that in us lie-
Not all the memories that hang upon
And cling around about us as a garment,
Clothing us in a robe of more than glory."

viernes, 1 de junio de 2007

Un metáfora del tiempo: Igor Mitoraj en Barcelona

Cuando llegue el mes de agosto ya habrán pasado tres años desde que fui a Roma. No quiero hablar ahora de la visita que hice a la que a mí me parece, al menos desde el punto de vista de lo histórico, la capital de Occidente (sí, sí, ya sé muchos dirán que ha habido otras ciudades que han influido, y no con poca importancia, en el devenir de la historia lo mismo que en el modelo de sociedad occidental en el que vivimos en la actualidad pero, en mi opinión, hoy somos más romanos de Roma que, pongamos, romanos de Bizancio; o que, incluso, griegos de Atenas). Además, creo que aunque quisiera hablar de la visita que hice a Roma, tampoco podría. Pues al visitarla, al pasear por sus calles, te crece una emoción que viene de lo inexplicable y a la que es dificilísimo poner palabras. Una emoción que viene, digamos que de golpe y en desorden, del recuerdo de todo lo que has leído, de todo lo que has visto y oído, de todo lo que crees que un día fue y ya no es en la ciudad. Hay en Roma algo que tiene que ver con el paso del tiempo y con las edades de la humanidad, y hasta con el Hombre mismo, que emociona y oprime el pecho casi hasta el ahogo. El comprender que por aquellas calles pasearon los escritores y los poetas y los césares y los emperadores que un día, en lo antiguo, definieron lo que hoy conocemos como el mundo occidental y, al mismo tiempo, comprender que de todo aquello no quedan más que piedras gastadas y una especie de memoria popular borrosa, hace que te crezca una angustia muy extraña, muy filosófica, muy, supongo, al estilo de lo que le ocurre a Stendhal cuando visita Florencia. Yo creo que con Roma pasa algo parecido a lo que pasa con Venecia: son ciudades que abstraen del mundo a quien las visita. Que alejan del mundo a quienes son sus espectadores. Como si el mundo en sí mismo, con todos sus problemas, con todas sus pequeñeces y sus mezquindades, dejara, ante su presencia, de ser importante. Sí, sí, sí, opino que Roma y Venecia actúan sobre aquellos que las contemplan como una de aquellas drogas herbáceas que tomaban los indios sudamericanos: alejándote del mundo en el que habita lo real y sumergiéndote en el mundo en el que habita lo fantástico. Roma y Venecia son ciudades droga, pues las dos alejan del mundo. Aunque cada una lo hace de un modo diferente. Pues en Venecia ahoga lo estético, lo bello, lo delicado; mientras que en Roma, en cambio, lo que ahoga es lo poderoso, lo colosal, lo que parece necesariamente eterno. Son, en definitiva, la felicidad.

Pero me estoy perdiendo pues, tal y como decía al principio, ahora no quiero hablar de Roma. No. De lo que quiero hablar es de una exposición que se exhibía entre las ruinas del foro romano cuando estuve por allí hace ya, como decía antes, casi tres años y que ahora se exhibe en la Rambla de Barcelona. Me refiero a la exposición itinerante de Igor Mitoraj: El mito perdido.

He de confesar que, en Roma, Igor Mitoraj me engañó. Me engañó porque el escultor polaco -del que, por cierto, es difícil saber la edad y el lugar de nacimiento- integró, y hasta podría decirse que disimuló, sus descomunales estatuas entre las ruinas del foro y del antiguo mercado romano, y me hizo creer que eran estatuas de la Roma antigua de verdad. O, al menos, sembró en mí la semilla de la duda. Ah, pero he de confesar, otra vez, que fue un engaño dulce. Pues creer, o dudarlo al menos, que las estatuas de Mitoraj eran verdaderamente estatuas esculpidas en la Roma antigua, la de los césares y los augustos, era como entrar de lleno en una historia lateral a los libros de texto y que reposaba en la ficción más fantástica. Pues imaginad una Roma en la que se hubieran esculpido unos seres alados como los que esculpe Mitoraj; unos seres que, más que ángeles de Dios (¿ángeles representados en la antigua Roma?), parecen ángeles expulsados del reino de los cielos. ¿Qué papel hubieran interpretado unos seres alados como los que Mitoraj propone, en una cultura en la que las deidades bebían de lo prosaico y hasta de lo mundano? Yo no lo se, pero si hubieran sido esculpidos en la antigua Roma entonces, quizás, podríamos hablar de una cultura más alejada de los prosaico y, entonces, más cercana a lo que fue el antiguo Egipto, la antigua Grecia o, pongamos por caso, las antiguas civilizaciones mesopotámicas.

Pues, sí, sí, yo creí en todo esto de lo que hablo. Caí en el engaño y creí que en la antigua Roma se esculpieron estatuas aladas como las que esculpe Mitoraj. Imaginaos que felicidad más absoluta creció en mí: en el mundo, al fin, asomaba lo fantástico. Pero aún así he de decir que, aunque me sentí alucinado cuando las vi en Roma, a mí me parece que las estatuas de Mitoraj cobran más fuerza, más poder visual, en Barcelona. Sí, sí, yo tengo para mí que estas estatuas impactan más al espectador, entre los que me incluyo, que las ve en Barcelona que el que las vio en Roma. Pues en Roma, aunque las estatuas dotaran a lo antiguo de unas cualidades fantásticas, y por lo tanto estéticas, de las que carece la antigüedad real, las ruinas antiguas que las rodeaban diluían un discurso que en Barcelona pregonan sin que nada las pueda hacer callar. Allí, además de las posibilidades fantásticas de las que antes hablaba, las estatuas hablaban de lo viejo, y del paso del tiempo, y de la aniquilación de lo que un día se creyó eterno. Pero todo esto lo hablaban entre unas ruinas, las romanas, que por sí mismas ya hablan de estos mismos temas. Entonces, en Roma solo despuntaba lo fantástico mientras que el tema del paso del tiempo quedaba un tanto oscurecido, un tanto opaco. Pero aquí, en Barcelona, todo es diferente. Pues aquí las estatuas hablan de lo mismo de lo que hablaban en Roma, pero ahora rodeadas de lo nuevo; o, al menos, de una estética que, a diferencia de la que en Roma rodeaba a las estatuas, es totalmente ajena a la estética en la que están concebidas. Digamos que en Roma pasaban más desapercibidas entre tanto mármol, tanta grieta, tanto limo y tantos “oh” y “ah” por lo gastado por el tiempo; mientras que en Barcelona su discurso estremece mucho más al contrastarse contra un entorno mucho más nuevo. Un entorno que no las diluye sino que, al contrario, las subraya y la enfatiza. En Barcelona, entonces, las estatuas ofrecen un discurso que en Roma no ofrecían. En Barcelona dicen: “aunque todo lo que nos rodea es muy bonito y muy nuevo, llegará el día en el que todo estará como lo estamos nosotras ahora: gastado y viejo”.

Cuando pasas por delante de las estatuas de Mitoraj tienes que dejar de andar y admirarlas. Pues hablan de temas que son muy íntimos a la condición del hombre. Al menos del hombre occidental, preocupado por el paso del tiempo, por la corrupción del cuerpo y de la memoria, por la muerte. El colosalismo de estas estatuas nos enfrenta fatalmente a un discurso descorazonador. Un discurso que afirma que hasta lo inmenso, lo grandioso, lo que parece imbatible por la grieta y el olvido, sucumbe ante el paso del tiempo. Un discurso que dice: el paso del tiempo acaba con todos y con todo. A mí me da que el colosalismo, tanto el de la antigua Roma (pensemos en el pie descomunal de la estatua de Constantino que hay expuesto en los museos capitolinos de Roma), como el del antiguo Egipto (pensemos lo mismo en los cuatro colosos que vigilan, ciegos, las puertas del templo de Abu Simbel), o como el de estas estatuas de Mitoraj, hace crecer la melancolía en el corazón del espectador al hacerle consciente de que un día, en el futuro, habrá gente que quizás evocará su tiempo, ya muerto, con admiración y con respeto. De la misma manera que él mismo lo hace con su pasado.


Al escribir acerca de estas estatuas y de lo que para mí significan, me he acordado del final de una película icono, dirigida por Franklin J. Schaffner en 1968. Me refiero al final de Planet of the Apes. Seguro que os acordáis del momento en el que Taylor (Charlton Heston) descubre, caída de su pedestal y medio enterrada en la arena de la playa, lo que en su tiempo fue uno de los símbolos de la civilización occidental y de la democracia: la Estatua de la Libertad. Qué momento, qué momento. Pues en ese momento Taylor se da cuenta, lo mismo que todos nosotros, de que el tiempo lo devora todo. De que el tiempo acaba doblando todo lo que, un día, creímos eterno.


En el Necronomicón, el odioso libro escrito por el árabe loco Abdul Alhazred, aparece el siguiente verso:

That is not dead which can eternal lie,
And with strange aeons even death may die.

Con el paso del tiempo, incluso la muerte puede morir. Terrible, ¿no?


Figura 1: Tindaro screpolato (2000).
Figura 2 (izquierda): Ikaro alato (2000).
Figura 3 (derecha): Ikaria (1996).
Figura 4: Fotograma de Planet of the Apes.

jueves, 31 de mayo de 2007

Un cuadro: La isla de los muertos, de Arnold Böcklin

La isla de los muertos de Arnold Böcklin, pintor nacido en Basilea en 1827 y fallecido en Fiesole en 1901, es un cuadro raro. Como lo es el prosaico motivo por el cual Böcklin lo pintó: el encargo de una señora de Francfort que quería un “cuadro para soñar”. Esto ocurrió en 1880.

La isla de los muertos es un cuadro en el que las perspectivas y las proporciones sumergen al que lo mira en la más aguda extrañeza. En él, los colores irradian demasiada vida si consideramos la geografía de la que estos se desprenden. Porque el del cuadro es un paisaje que vive en el silencio. Un paisaje que provoca que el paso del tiempo del que lo mira se haga espeso, y ante el que los tristes sonríen y asienten como si supieran que la verdad por fin está a la vista de todos.

Los elementos del cuadro son extraños. En él aparece lo que se intuye como una isla lúgubre y oscura, ocupada en su mayor parte por los árboles que habitualmente habitan en los cementerios: por cipreses. También hay en él lo que parece ser un mausoleo de una piedra tan clara que bien pudiera ser mármol. Y, frente a la isla, hay una barca sobre la que dos personas aparentan, por su quietud, la melancolía más grande del mundo. Decía que los elementos del cuadro son extraños. Pues bien: fijémonos en la altura de los cipreses y fijémonos también en el tamaño de las rocas que definen la isla. Hay una desproporción rara: los cipreses se me antojan demasiado altos para el tamaño de las rocas y de la isla. O las rocas demasiado escasas si, ahuecadas, han de albergar en su interior las almas de los muertos que acuden a su reposo eterno (pues una primera interpretación del cuadro, digamos que la más lineal, nos lleva a conjeturar que la isla es el lugar al que van a parar las almas de los muertos). Ah, pero entonces, al pensar en estas incongruencias, se me ocurre que quizás la isla no es el lugar en el que reposan, quietas y sin voz, las almas de aquellos que un día estuvieron vivos. No, no, no. Se me ocurre que la isla es, quizás, la puerta de entrada a algo más grande y más importante que un triste cementerio. Que es la entrada al mismísimo reino de los muertos. Y que lo que aparenta ser un mausoleo no es más que el vestíbulo a ese reino de los muertos.

Otra vez, ay, otra vez vuelven los versos iniciales del canto III del Inferno de Dante: “Lasciate ogne speranza voi ch’intrate”.

Pero aun más extraña que la isla misma, es la barca que está situada frente a ella. Pues en ella la persona que está remando lo hace en una posición mediante la que parece que, más que acercarse a la isla, se esté alejando de ella. Entonces, si se está alejando de la isla, ¿no será el paisaje de la imagen que aparece en el cuadro, más que la entrada al reino de los muertos desde el mundo de los vivos, la salida al reino de los muertos vista desde el mismísimo reino de los muertos? ¿No será el mundo que se dibuja en el cuadro el mundo en el que habitan los muertos? Visto el cuadro de este modo, la imagen de la figura que, envuelta en lo que aparenta ser una túnica del color del marfil, se alza erguida sobre la barca podría ser el custodio que, recibiendo al muerto en la entrada al mundo que ha de ser desde ese momento su morada hasta el fin del tiempo, ha de conducirlo hacia el lugar en el que habitan los que un día fueron sus próximos en el mundo de los vivos.

Y la barca se aleja de la entrada, y el custodio que viste la túnica del color del marfil está quieto, y delante de él, en un ataúd cubierto por una túnica blanca, reposa el muerto a la espera de la muerte de la Muerte.

La isla de los muertos es un cuadro que ha sido interpretado e imitado en numerosas ocasiones (hasta el mismo Böcklin lo reinterpretó en cuatro ocasiones). No diré que ha sido reescrito hasta la saciedad porque es un cuadro que no cansa. Pues realmente, tal y como pidió la señora que dio origen a la creación de la obra, se trata de un “cuadro para soñar”: un cuadro en el que se pliegan, una sobre otra, incontables realidades y que no admite, a la manera de los sueños, una sola interpretación.

Hans Ruedi Giger fue uno de los que reinterpretó el cuadro. En el cuadro de Giger ya no aparece la barca. Y tampoco hay tanta ambigüedad como en el original de Böcklin: más que una isla parece la entrada a algún lugar. Un lugar en el que, a juzgar por la apariencia de la entrada y por las figuras antropomórficas que se intuyen esculpidas (¿esculpidas?) en las paredes y hasta en la entrada misma, lo inhumano se sobrepone a lo humano. Ay, otra vez el desasosiego. Otra vez lo pavoroso y lo malsano crecido por la exageración de lo natural y lo orgánico. Otra vez lo gótico.

Ah: ¡El horror, el horror!


Figura 1: Die Toteninsel (La isla de los muertos) (1880), pintura confeccionada con témperas barnizadas sobre lienzo, de Arnold Böcklin.
Figura 2: The island of the dead (La isla de los muertos) (1977), pintura confeccionada con pinturas acrílicas sobre papel sobre madera, de Hans Ruedi Giger.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Lafcadio Hearn, Hans Ruedi Giger y el arte Gótico

Al releer la primera de las citas que copié en la anterior nota me he acordado de un pintor que durante un tiempo, y a propósito de una película, estuvo en boca de muchos. Me refiero a Hans Ruedi Giger y a, por supuesto, Alien (película dirigida, en 1979, por Ridley Scott).

Giger es artista suizo que, además de pintor, es escultor y diseñador de decorados. Para diseñar la morfología de la criatura extraterrestre que aparece en Alien, Giger se inspiró en un trabajo suyo creado en 1976, al que había bautizado con el nombre de Necronom IV. Cuando he releído el párrafo en el que Lafcadio Hearn habla del escritor que confiesa que el interior de una iglesia gótica vista de noche le recuerda al esqueleto de algún animal monstruoso, me he acordado de esta pintura. Aunque en ella no aparecen elementos arquitectónicos de ningún tipo y, por lo tanto, a nivel formal el resultado final de esta obra no tiene mucho que ver con el arte gótico al que se refiere Hearn, la verdad es que me ha parecido curioso que en ella lo que más destaque de la criatura sea su esqueleto monstruoso, su boca odiosa y repleta de dientes, y la morfología arqueada tanto de su cabeza como de las protuberancias que le surgen del tronco y de debajo de las costillas. Y entonces se me ha ocurrido que quizás Necronom IV podría ser un resumen de lo que a Hearn le parece el núcleo de aquello que de ominoso y de horroroso hay en el arte gótico. Al contemplar esta obra hay como un rumor de fondo que sugiere, de manera oblicua y muy lateral, que de lo que Giger está hablando en su pintura es de lo mismo que de lo que hablaba Hearn en sus escritos: del desasosiego que crece en el alma del espectador que contempla la exageración pavorosa y malsana de las leyes que rigen lo natural y lo orgánico. Para Hearn esta exageración se plasmaba en las catedrales góticas. Para Giger, en su criatura extraterrestre.


Figura 1: Necronom IV (1976), aerografía de Hans Ruedi Giger.

Lafcadio Hearn, a propósito del arte Gótico

Copio unas citas de Lafcadio Hearn. En ellas el escritor habla del arte Gótico y de la relación que este estilo artístico tiene con lo terrible y lo horroroso.


“Books about architecture were very disappointing. I was much less impressed by what I could find in them than by reference in pure fiction to the awfulness of Gothic art, - particularly by one writer’s confession that the interior of a Gothic church, seen at night, gave him the idea of being inside the skeleton of some monstrous animal; and by a far-famed comparison of the windows of a cathedral to eyes, and of its door to a great mouth ‘devouring people’.”

“‘Yes, Gothic architecture is awful,’ said a religious friend, ‘because it is the visible expression of the Christian faith. No other religious architecture expresses spiritual longing; but the Gothic embodies it’.”

“Perhaps our modern aesthetic sentiments are so interwoven with various inherited elements of religious emotionalism that the recognition of beauty cannot arise independently of reverential feeling.”

“I understood that Gothic horror was a horror of monstrous notion, - and that it had seemed to belong to the points of the arches because of the idea of such notion was chiefly suggested by the extraordinary angle at which the curves of the arching touched.”

“[…] the points and the curves are terrible because they represent the prodigious exaggeration of a real law of vegetal growth.”

lunes, 28 de mayo de 2007

Howard Phillips Lovecraft y la pintura II: Anthony Angarola

“En un claro natural del pantano se encontraba una isla herbosa de, quizás, un acre de extensión, y moderadamente seca. En ésta saltaba y se retorcía una horda humana de una abnormalidad más indescriptible que cualquiera de las que Sime o Angarola hubiera podido pintar. Desnudos, los miembros de esta prole híbrida estaban bramando, rugiendo, y retorciéndose alrededor de una hoguera en forma de anillo; en el centro de la cual, revelada por ocasionales claros que aparecían en la cortina de llamas, se encontraba un enorme monolito de granito de unos ocho pies de altura; en lo más alto de este monolito, incongruente en su pequeñez, descansaba la horrible y nociva estatuilla esculpida.” (La llamada de Cthulhu, 1926)

“Hay algo -más allá de la vida- que tan sólo esta gente comprende; una epecie don que en ocasiones son capaces de transmitir aunque sólo sea durante un segundo. Doré lo tuvo. Sime también. Lo mismo que Angarola de Chicago. Y Pickman lo tuvo como ningún otro hombre lo tuvo antes o -ruego al cielo- lo tendrá jamás.” (El modelo de Pickman, 1926)

“Siento escuchar que Angarola ha muerto. Casi ilustró mi cuento Outsider -es decir, lo leyó y le dijo a Wright que le gustaría ilustrarlo, ¡justo después de que la actual ilustración hubiera sido hecha y adquirida!” (carta a Richard Ely Morse, 28 de julio de 1932)


Anthony Angarola nació en 1803 y murió en 1929. Y fue pintor e instructor de arte.

Se graduó en la School of the Art Institute de Chicago, y quizás porque él mismo fue un inmigrante italiano su trabajo como pintor se centró en la gente que luchaba por adaptarse a una cultura extranjera. Angarola también enseñó como instructor de arte en la Layton School of Art de Milwaukee en 1921, en la Minneapolis School of Art desde 1922 hasta 1925, en la School of the Art Institute of Chicago en 1926, y en la Kansas City Art Institute desde 1926 hasta su muerte. Fue galardonado con el premio Guggenheim in 1928 y participó en la exposición Carnagie Internacional en 1928, exhibiendo su pintura titulada: Proud. Su obra está en la colección permanente de varios museos, incluyendo el Chicago Art Institute y el Davis Museum en Boston.

Anthony Angarola se casó con una concertista de piano llamada Marie Ambrosius, de la que se divorció después de tener dos hijos: Richard Anthony Angarola (famoso actor) e Ivonne Daly (pianista consumada de música clásica). Aunque murió con 36 años, inspiró a muchos artistas posteriores. Dos de sus más notables estudiantes fueron William Schwartz y Belle Baranceanu. Con esta última estaba prometido en matrimonio cuando murió.


Figura 1: ilustración de Anthony Angarola, a lápiz y tinta, para el libro The Kingdom of Evil (1924), de Ben Hecht.

sábado, 26 de mayo de 2007

Howard Pillips Lovecraft y la pintura: Sidney Sime

Sidney Sime nació en Manchester, en 1867, en el seno de una familia sumida en la pobreza. Así que, aunque mostró un talento precoz para el dibujo, sus padres no tuvieron más remedio que ponerle a trabajar. Sime trabajó como panadero, como zapatero y hasta como zapador en minas de carbón. Y no parecía que hubiera de tener un futuro demasiado prometedor hasta que empezó a trabajar, como aprendiz, en el taller de un fabricante de letreros y carteles. Fue entonces cuando aunó el talento, con el que había destacado desde pequeño, al trabajo y descubrió que, quizás, a lo que debía dedicar su tiempo y sus esfuerzos era al arte. Así que fue entonces que decidió empezar a asistir a algunas de las clases de arte que se ofertaban en la Liverpool School of Art. Y, entonces, el pasado que había empezado a dibujar un futuro gris y mendigo desapareció: pues en el arte sí que Sime empezó a vislumbrar un futuro más prometedor; pues en el arte Sime empezó a destacar.

Todo ello le convenció de que, definitivamente, el arte y lo relacionado con lo artístico iba a ser su sustento. Así que alrededor del año 1895 decidió ir a Londres para intentar encontrar trabajo como dibujante o como ilustrador.

Sime era un dibujante audaz y resulta que por aquel entonces las revistas destinadas al gran público estaban ilustradas audazmente. Y, lo que aún era mejor para él, estaban de moda. En ellas fue donde empezó a hacerse un nombre como ilustrador. Su primera serie de dibujos, para la revista Pick-Me-Up, fue titulado colectivamente The Shades, y consistió en una serie de dibujos medio humorísticos, medio terroríficos y extraños, sobre la vida en el mundo del Más Allá. Esta mezcla de lo humorístico y lo bizarro fue de lo más típico en la producción de Sydney Sime. La rara oscuridad que se destilaba en la mayoría de sus trabajos, tanto en el fondo como en la temática, provocaron reacciones encontradas entre el público y entre la crítica londinense. Pero a pesar, o quizás a propósito, de ello su fama fue creciendo. Lo que hizo que acabara trabajando, también, para otras revistas: The Idler y Pall Mall Magazine fueron algunas de ellas. En 1898, al recibir la herencia de un tío muerto, compró The Idler, de la que se nombró coeditor. Pero aunque intentó cambiar la temática en la que se centraba la revista para hacerla más acorde con los tiempos que corrían por aquel entonces, la aventura naufragó al cabo de dos años.

Cuando el siglo XIX estaba a punto de morir Londres, como ya he apuntado antes, estaba inmersa en la edad dorada de la revista popular, y muchos de sus ilustradores fueron personas conocidísimas. No obstante, la élite de este grupo de personas fue la que estuvo formada por aquellos que consiguieron dar el salto de la ilustración de revistas a la ilustración de libros. Lo consiguieron hombres como Arthur Rackhman o Edmund Dulac. Sime también fue uno de los que lo consiguió. Fue en este campo en el que, al asociarse artísticamente con un escritor que por aquel entonces estaba empezando, Sime iba a tener sus éxitos más extraordinarios.

Edward John Moreton Drax Plunkett, XVIII barón de Dunsany y más conocido con el nombre de Lord Dunsany, fue un excéntrico irlandés que escribió relatos fantásticos. Sime le conoció durante el año 1904 o 1905, cuando el escritor contaba con 26 o 27 años de edad, e inmediatamente supo, lo mismo que lo supo Lord Dunsany: que iba a ser el ilustrador ideal para sus historias. La primera colaboración entre Lord Dunsany y Sime fue la creación de 8 ilustraciones para el primer libro que, en 1905, publicó el escritor: The Gods of Pegana. A partir de entonces, y durante 15 años, sus colaboraciones fueron fluidas. Algunas de las historias de Dunsany se inspiraron en las obras de Sime, e incluso las láminas que aparecen en dos de ellas, Time and Gods y The Chronicles of Rodríguez, están firmadas por ellos dos. En opinión de muchos, Sime nunca hizo mejores obras que aquellas que creó para las historias de Lord Dunsany.

No colaboró con otros escritores, salvo en la creación de dos frontispicios para dos libros del escritor galés Arthur Machen.

También diseñó vestuarios para muchas producciones artísticas, incluyendo The Blue Bird, de Maurice Maeterlinck, y una trilogía de óperas creadas por Howard de Walden y basadas en The Mabinogion, una colección de historias en prosa extraídas de manuscritos medievales galeses parcialmente basados en eventos históricos antiguos.

Salvo unas pocas exposiciones entre 1923 y 1927, y después de las colaboraciones con Lord Dunsany, Sime desapareció de la escena artística. Hacia el final de su vida, trabajó menos aunque, a diferencia de lo que había hecho durante buena parte de su carrera, creó más obras en color. Y se convirtió en un solitario. Así, el hombre que un día había amado la vida nocturna y los teatros del Londres de finales de los noventa y principios del siglo XX gastó la mayoría del tiempo del final de sus días en una casa de campo que tenía en Worplesdon, un pueblo del condado de Surrey, al sur de Inglaterra.

Sidney Sime murió en 1941.

Howard Phillips Lovecraft fue un fervoroso admirador de su obra.


Figura 1: dibujo de Sidney Sime (hacia 1900).
Figura 2: The enthomologist dream (1909), acuarela de Edmund Dulac.

viernes, 18 de mayo de 2007

David Hume y lo gótico

David Hume escribió, a diferencia de Joseph Addison, contra lo gótico. Le pareció que en las catedrales del gótico la delicadeza que operaba en las filigranas de sus fachadas y de sus arcos, los múltiples colores que enriquecían sus vidrieras y sus rosetones, sus gárgolas terribles y bizarras que observaban, vigilantes y atentas, desde sus tejados, y, en fin, todo lo que en las catedrales góticas era adorno y superficie, operaban sobre la mente del espectador de un modo agobiante. Opinaba David Hume que todo lo que el gótico utilizaba y ensalzaba distraía al espectador, y que lo sumía en meditaciones vacuas y, por ende, estériles. Pero para entender de un modo diáfano la posición que David Hume mantuvo con lo gótico, es necesario saber que su pensamiento estuvo influido de manera recta y meridiana por el de los empiristas George Berkeley y John Locke. Y que a partir de estas influencias surgió de él lo que después fue llamado con el nombre de Naturalismo.

David Hume afirma que el conocimiento deriva, en última instancia, de la experiencia sensible. Y que esta experiencia sensible es la única fuente de la que mana el conocimiento. Sin ella, pues, sería imposible lograr saber alguno. Lo gótico, entonces, en su afán por sorprender y extasiar al espectador, entorpece el conocimiento, y lo vuelve, como diría Borges, opresivo y lento y plural. Pues lo gótico hace que la experiencia sensible quede aturdida y que la mente y el entendimiento queden sumidos en la fatiga. Así, pues, opina David Hume lo gótico se opone simétricamente al conocimiento. Es, por así decirlo, el opio del pensamiento.

Es meditable que en el libro del Génesis, el primer libro que aparece en el Antiguo Testamento de La Biblia, Dios se opusiera al conocimiento y prohibiera, al primero de los hombres que habitó Edén, que comiera de sus frutos: el conocimiento se dibujó así como algo opuesto a Dios. Es meditable, decía, pues en la oposición que David Hume ofrece a lo gótico (desarrollado, principalmente, en elementos artísticos relacionados con la piedad, con el éxtasis, con el pecado y, en definitiva, con Dios) parece que se repita, simétricamente, la oposición que Dios, en La Biblia, ofreció al conocimiento.

David Hume opuesto a lo gótico. Y, simétricamente, el conocimiento opuesto a Dios. Meditable, ¿no?

Hay un texto de David Hume que resume en pocas palabras, pero a la manera de los maestros, lo que he explicado. El texto está extraído del ensayo XX del capítulo I, titulado Of Simplicity and Refinement in Writing, de su obra Essays, Moral, Political, and Literary. Dice así:

“…productions, which are merely surprising, without being natural, can never give any lasting entertainment to the mind. To draw chimeras is not, properly speaking, to copy or imitate. The justness of the representation is lost, and the mind is displeased to find a picture, which bears no resemblance to any original. Nor are such excessive refinements more agreeable in the epistolary or philosophic style, than in the epic or tragic. Too much ornament is a fault in every kind of production. Uncommon expressions, strong flashes of wit, pointed similies, and epigrammatic turns, especially when they recur too frequently, are a disfigurement, rather than any embellishment of discourse. As the eye, in surveying a GOTHIC building, is distracted by the multiplicity of ornaments, and loses the whole by its minute attention to the parts; so the mind, in perusing a work overstocked with wit, is fatigued and disgusted with the constant endeavour to shine and surprize.”

Joseph Addison y lo gótico

Joseph Addison fue un escritor inglés que vivió a caballo entre el siglo XVII y el siglo XVIII. Fue un escritor interesado en muy variados temas. En uno de sus libros habló de la vida de algunos poetas ingleses; en otro tradujo las Geórgicas de Virgilio; en otros escribió sobre sus viajes por la campiña inglesa y por Italia; y hasta publicó algunas obras de teatro. Además, Joseph Addison fue un emprendedor: con Richard Steele fundó, en 1711, la revista The Spectator.

Joseph Addison, que además de escritor también fue político, nació en 1672 y murió en 1719.

A continuación copio un texto suyo publicado en el número 26 de su revista. En él cita las meditaciones en las que se sume un personaje llamado Sir Roger de Coverley - epítome del caballero inglés - al pasear por la Abadía de Westminster. Joseph Addison reflexiona, en boca de Sir Roger Coverley, sobre lo gótico, no considerándolo únicamente como un estilo arquitectónico sinó también como el escenario adecuado para la meditación filosófica.

"When I am in a serious humour, I very often walk by myself in Westminster Abbey ; where the gloominess of the place, and the use to which it is applied, with the solemnity of the building, and the condition of the people who lie in it, are apt to fill the mind with a kind of melancholy, or rather thoughtfulness, that is not disagreeable. I yesterday passed a whole afternoon in the churchyard, the cloisters, and the church, amusing myself with the tombstones and inscriptions that I met with in those several regions of the dead. Most of them recorded nothing else of the buried person, but that he was born upon one day, and died upon another: the whole history of his life being comprehended in those two circumstances, that are common to all mankind. I could not but look upon these registers of existence, whether of brass or marble, as a kind of satire upon the departed persons ; who bad left no other memorial of them, but that they were born and that they died. They put me in mind of several persons mentioned in the battles of heroic poems, who have sounding names given them, for no other reason but that they may be killed, and are celebrated for nothing but being knocked on the head.

Upon my going into the church, I entertained myself with the digging of a grave; and saw in every shovelful of it that was thrown up, the fragment of a bone or skull intermixt with a kind of fresh mouldering earth, that some time or other had a place in the composition of a human body. Upon this I began to consider with myself what innumerable multitudes of people lay confused together under the pavement of that ancient cathedral; how men and women, friends and enemies, priests and soldiers, monks and prebendaries, were crumbled amongst one another, and blended together in the same common mass; how beauty, strength, and youth, with old age, weakness, and deformity, lay undistinguished in the same promiscuous heap of matter.

I have left the repository of our English kings for the contemplation of another day, when I shall find my mind disposed for so serious an amusement. I know that entertainments of this nature are apt to raise dark and dismal thoughts in timorous minds and gloomy imaginations ; but for my own part, though I am always serious, I do not know what it is to be melancholy; and can therefore take a view of nature in her deep and solemn scenes, with the same pleasure as in her most gay and delightful ones. By this means I can improve myself with those objects which others consider with terror. When I look upon the tombs of the great, every emotion of envy dies in me when I read the epitaphs of the beautiful, every inordinate desire goes out ; when I meet with the grief of parents upon a tomb-stone, my heart melts with compassion; when I see the tomb of the parents themselves, I consider the vanity of grieving for those whom we must quickly follow ; when I see kings lying by those who deposed them, when I consider rival wits placed side by side, or the holy men that divided the world with their contests and disputes, I reflect with sorrow and astonishment on the little competitions. factions, and debates of mankind. When I read the several dates of the tombs, of some that died yesterday, and some six hundred years ago, I consider that great day when we shall all of us be contemporaries, and make our appearance together."


Figura 1: A Philosopher in a Moonlit Churchyard (1790), óleo sobre lienzo de Philip James de Loutherbourg.

jueves, 10 de mayo de 2007

Lo inteligible y Bizancio

El mundo inteligible es el mundo de las Ideas. El mundo al que Platón otorgó el privilegio de ser el mundo auténticamente real. Este mundo escapa completamente a nuestros sentidos, por lo que los artistas de Bizancio repitieron, una y otra vez, que nunca podría ser objeto de una representación artística. Sin embargo, aquellos artistas no fueron consecuentes con lo que afirmaron y constantemente volvieron con su arte sobre este tema.

Pero, ¿hay imágenes que se pueden mirar con los ojos del espíritu? ¿Hay imágenes mediante las que se puede contemplar la realidad nouménica, es decir la realidad de la que habló Platón? Cuestión cabal y profunda, pues al contemplar la realidad nouménica, pensaron, contemplamos, entonces, la auténtica realidad. Contemplamos lo inteligible. Contemplamos a Dios.

Los antiguos artistas de Bizancio admitieron la posibilidad de la existencia de estas imágenes. Y por eso quisieron investigar hondo las posibilidades de los colores y de las formas. Y no quisieron investigar menos los mensajes que de estas posibilidades se desprenden. Porque los antiguos artistas de Bizancio quisieron contemplar a Dios.

Pero en una imagen no hay palabra escrita. Una imagen es muda. Y, por lo tanto, es posible que, quien la mira, aún contemplándola con los ojos del espíritu, no sea capaz de llegar a la realidad intangible que busca. Pues los ojos del espíritu, sin guía, se extravían con facilidad. Es por esto que se introdujeron en las imágenes ciertas manipulaciones que buscaban abrir los ojos del espíritu del que la contemplaba. Se buscó evocar lo menos posible la realidad sensible. Pues entonces resultaba menos difícil, pensaban, apartarse de esta realidad para crearse una visión abstracta de lo inteligible.

Por eso en las imágenes bizantinas se ausentó el volumen, se ausentó el espacio y se ausentó el peso. Se llegó a varios convenios abstractos, mediante la manipulación de los iconos y del estilo. Y así fue que utilizando los iconos y el estilo de las imágenes los artistas dirigieron a los espectadores a los lugares comunes en los que buscar a Dios.

La imagen, ya os lo he dicho, carece de palabra escrita. Y fue que la carencia de la palabra escrita enriqueció lo simbólico. Y fue, entonces, que las imágenes cantaron al unísono las alabanzas que Dios y lo inteligible exigían.


Figura 1: Cristo Pantocrátor (hacia el siglo XII), mosaico de la iglesia Haghia Sophia de Constantinopla.
Figura 2: los Tetrarcas (hacia el año 300), figura de pórfido situada en el exterior de la basílica de San Marcos de Venecia.