miércoles, 6 de junio de 2007

La Muerte toca el violín

Hay un cuadro de Arnold Böcklin que me sumerge en mil discursos. En este cuadro, él mismo se autorretrata como si estuviera meditando acerca de una nueva perspectiva, o de una nueva disposición de los elementos, o de una nueva combinación de los colores, o en una nueva idea en una obra en la que está trabajando. Y detrás de él, una calavera sonríe.

La primera vez que vi este cuadro del que os hablo he de reconocer que no le concedí demasiado tiempo. Y que al mirarlo lo primero en lo que pensé fue que la calavera que está detrás de Böcklin está, de hecho, susurrándole o, mejor aún, aconsejándole algo sobre lo que, hasta ese momento, al pintor no se le había ocurrido. Parece que la calavera le está diciendo: fíjate en esto y en aquello, ten en cuenta este y aquel matiz, piensa en ciertos destellos, piensa en ciertas delicadezas laterales al uso común de los pintores. Y, además, parece que Böcklin escuche atento y con mucho interés lo que la calavera le está diciendo. Como asintiendo a lo que le está diciendo. Parece, pensé, que la calavera le hable con palabras de miel. Y que para Böcklin eso sea suficiente para consentir lo que le dice. Después, no pensé más en el cuadro.

Pero la casualidad, que es una de las cualidades que reconozco más interesantes en la vida, hizo que en otra ocasión me encontrara de nuevo con este cuadro. Y fue entonces cuando lo miré con más detenimiento y con el espíritu más reposado. Enseguida me di cuenta de que lo que hace la calavera, más que susurrar o aconsejar al pintor, es inundarle con su música la cabeza y la imaginación. Pues la calavera está tocando el violín. Y con el arco aferrado por su mano nudosa, sonríe. Sonríe con una sonrisa que parecer decir: "Bocklin, pintor, te he engañado con mi música y ahora, por fin, eres mío." Entonces, y a propósito de esa sonrisa tan fraudulenta (y digo fraudulenta porque sonríe al saberse dueña del espíritu del pintor de manera deshonesta y mentirosa), es cuando se me ocurrió pensar: una calavera tocando el violín necesariamente no ha de ser una calavera al uso normal de las calaveras: ha de ser algo más eso. Pues el violín enriquece y da profundidad a la percepción que tenemos de ella. Y entonces fue cuando me vino a la imaginación que esa calavera, más que una calavera anónima, es la mismísima Muerte.

En este autorretrato Böcklin se pinta como un inspirado por la Muerte. Pero lo hace suponiendo que esa inspiración que la Muerte le concede no está consentida por él sinó que es totalmente inconsciente. Pues parece que lo que el pintor quiere decirle al espectador es que quien él cree que inspira su trabajo es la música, y no ese Ser a quien él no ve y del que no sabe absolutamente nada. Y que es en esta música que le llena la cabeza de ideas en lo que él confía y de quien se deja aconsejar. Una música que, entonces, quizás Böcklin vea como una metáfora de la inspiración artística. Es decir, del mundo en el que habitan las musas y las ideas a las que se refirió Platón. Del mundo, en definitiva, en el que habita lo insondable, que es el lugar al que ha de pretender acceder todo artista que quiera descomponer y explicar, mediante su arte, la realidad en la que vive. Considero, entonces, que Böcklin piensa que en verdad el concepto que habla del mundo en el que habitan las musas, del mundo de las ideas de Platón, del mundo de lo insondable, no es más que una máscara que ha fabricado y con la que se disfraza quien realmente acompaña e inspira al artista: la Muerte misma.

Pero considerar que el arte está inspirado por la Muerte no es poco terrible. Pues supone que el arte surge del dolor y que, por lo tanto, no hay arte sin dolor. Y que, entonces, el arte supremo viene del dolor supremo. Es decir, de la conciencia de la muerte.

Meditable.

Ah, el tiempo huye veloz. Y al hacerlo la vida se encoge y la muerte apremia. Pero hay suerte en nuestras vidas. Porque en el camino que recorremos desde que nacemos hasta que morimos podemos disfrutar de las obras que otros, aún más apremiados que nosotros pues fueron capaces de escuchar las melodías que surgen del violín que los inspira, han creado para nosotros y para el mundo. Es una suerte para nosotros y para el mundo que haya arte en nuestra vida. Aunque tan sólo sea una máscara con la que se disfraza quien ha de acabar con nuestra vida.

El cuadro del que os he hablado se titula Self Portrait with Death with a Violin.


Figura 1: Self Portrait with Death with a Violin (1872), óleo sobre lienzo de Arnold Böcklin.


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