jueves, 7 de junio de 2007

Abajo con las revisiones del pasado y viva el recuerdo

No hace mucho vi The Highlander (película que dirigió un tal Russell Mulcahy en 1986). En España se estrenó con el título de Los inmortales y he de reconocer que para mí fue una película mito. Recuerdo que cuando la vi siendo mucho más joven todo me gustaba en ella: el argumento, los personajes, la banda sonora, la ambientación de los escenarios, el sentido épico de la historia. Hasta las espadas que esgrimen los inmortales me gustaban (sobretodo la espada japonesa con la empuñadura de marfil que esgrime Juan Sánchez Villalobos Ramírez, el personaje interpretado por Sean Connery). Todo. Así que, pensando en lo mucho que me gustó entonces, quise verla de nuevo. Y cometí un error. Un error que, de hecho, no es la primera vez que cometo. Pues pensé, como muchas otras veces he pensado a la manera de los inocentes, que lo que me gustó cuando era mucho más joven había de gustarme también ahora. Pero, argh: error. Grande y craso error. Porque una de las cualidades de la memoria es que enriquece y prestigia el recuerdo de lo vivido en el pasado, y le otorga una calidad que, quizás, en realidad no tuvo. Y darse cuenta de esto al verlo aplicado en alguna circunstancia particular no es agradable.

La película no me gustó nada. El argumento: tontísimo. Los personajes: tontísimos y huecos (y, para más insidia, con un aspecto ochenteno totalmente insoportable: ¿cómo es posible que un inmortal sea capaz de vestir unas zapatillas deportivas blancas con gabardina?). La banda sonora: tontísima (escuchar a Queen en el siglo XXI es el horror). La ambientación: de cartón piedra (es de reirse mucho cuando el malísimo de la película destroza a golpe de espada una torre de piedra). El sentido épico de la historia: ridículo, por lo infantil y por lo trivial. Ay, la verdad es que no me gustó nada y que, además, me pareció mala, mala. Y, lo peor, no entendí por qué me pareció tan mito cuando la vi siendo joven. No recuerdo qué es lo que vi en su argumento, ni en sus personajes, ni en su banda sonora, ni en su ambientación, ni en el que yo creía que era su sentido épico, ni en nada. Quizás fuera la juventud. Esa juventud que, por inocente, nos hacía enemigos de lo tortuoso y de lo complejo. Y de lo que tiene doblez. Que es justo a lo que ahora somos asiduos y lo que, en definitiva, el tiempo ha regalado a nuestro espíritu.

Ah, pero lo cierto es que cuando la vi siendo joven la película me gustó mucho. Y es cierto lo mismo que al verla de nuevo he borrado la impresión que tenía de ella y me he quedado con la nueva. Lo que es un mal asunto, porque esta nueva imagen que tengo de la película es menos alegre. Y más amarga. Porque es una visión ceñuda y más bien sosa. Y, diría, demasiado intelectual. Y, aun más y lo peor: porque es una visión aburrida. Y el aburrimiento es la muerte. Qué horror, qué horror. Qué manera más boba de tirar un mito personal por los suelos.

Así que contra este horror y en favor de los mitos del pasado: abajo con las revisiones y viva el recuerdo. Viva la historia ficción.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De adolescente yo también era fan de 'Los inmortales'. No se cuantas veces la vi. Lo que sé seguro es que ahora no la quiero ni ver, no sea que me pase lo que comentas.

Ya me había pasado con Mazinger Z. Era mi serie favorita de niño, y cuando vi un capítulo ya de mayor se me cayó el alma a los pies.