viernes, 13 de julio de 2007

Watchmen, capítulo II: Absent friends

And I'm up while the dawn is breaking
Even though my heart is aching
I should be drinking a toast to absent friends
Instead of these comedians.

Estos son los versos con los que acaba el segundo capítulo de la serie Watchmen: Absent friends. Estos versos pertenecen a una canción, The comedians, que Elvis Costello compuso para su disco que publicó en 1984: Goodbye cruel world. Estaréis de acuerdo conmigo si digo que, dado el título del capítulo y las palabras con las que estan escritos estos versos, son adecuadísimos para darle cierre.

Ocurre que en ocasiones hacemos cosas que van contra nuestro corazón. Y que nos vemos en situaciones y en estaciones de la vida en las que nunca hubiéramos querido estar; o, al menos, que nunca hubiéramos planificado para nosotros. Pero es que la vida se conduce por caminos muy raros. Y estos caminos se bifurcan muy a menudo, y nos dicen: escoge; y no siempre sabemos escoger la continuación adecuada al camino por el que veníamos; por el camino que nos construía. Y entonces, al continuar por ese camino mal escogido, nos perdemos y acabamos en parajes en los que nada se dibuja como esperábamos. Me he equivocado, pensamos entonces. Pero, ay, la vida no revierte su sentido, ni hay dobles oportunidades. El tiempo es intocable, y la bifurcación, pasada está; y el momento en el que escogimos mal, se asienta como parte de nuestra historia, para siempre. Es desde ese lugar incómodo es desde donde debemos partir, sin descanso, para continuar andando nuestro camino. Para continuar con nuestra vida.

Sí, en ocasiones nos vemos en situaciones y en estaciones de la vida en las que nunca hubiéramos querido estar. Pero ahí es donde nos encontramos; aunque desazonados, descorazonados, tristes y sin remedio alguno que sea capaz de curar esa tristeza, ahí es donde nos encontramos. Y, a sabiendas de que no hay remedio, crece en nosotros una necesidad, compleja, de adaptarse a lo que tenemos, aunque sea a la contra de lo que siente nuestro corazón. Y nos decimos: he de vivir; he de vivir como sea; he de vivir a toda costa. Y aunque nos encontremos alejadísimos del centro de nuestros corazones, y nuestra alma se sienta, en lo habitual, como en un país extraño y en el bullicio de las risas, sola, brindamos y reímos. Y lo hacemos como todos los demás, a sabiendas de que también viven el mismo desamparo que nosotros; y que, como nosotros, lo viven en silencio.

Pero, aun brindando, no podemos dejar de llorar sin lágrimas por todo aquello que hubiéramos querido ser y no somos; por todo aquello que hubiéramos querido vivir y no hemos vivido; por las oportunidades perdidas e irrecuperables. No podemos dejar de llorar por, en definitiva, no estar donde hubiéramos querido estar: en el centro de nuestros corazónes.

jueves, 12 de julio de 2007

Michael Nyman y Wonderland


A propósito del concierto de Michael Nyman al que iré el próximo lunes 16 de julio, he vuelto a escuchar la banda sonora que él mismo compuso en 1999 para una película de Michael Winterbottom titulada Wonderland. Más aun que la película, esta banda sonora es la tristeza.

miércoles, 11 de julio de 2007

El dilema de Rafael Argullol

Dice Rafael Argullol en su libro El fin del mundo como obra de arte: “En la atmósfera que rodea a Prometeo hay menos esperanza que en los cantos de los profetas crepusculares, pero hay más piedad y, por ello, más sabiduría.” Esto que dice, es meditable ¿eh? Me refiero a esto de asociar la piedad con la sabiduría. O, lo que es lo mismo, la crueldad con la estupidez.

Yo no sé distinguir, de sus palabras, si lo que está considerando es una equivalencia entre los dos conceptos o si, más bien, supone que uno es consecuencia del otro. Es decir: ¿considera Argullol que la piedad y la sabiduría son la misma cosa pero miradas desde un punto de vista diferente? ¿O considera, más bien, que la sabiduría deriva de la piedad? ¿O, simetricamente a lo anterior, que la piedad deriva de la sabiduría?

Es seguro que la respuesta que la mayoría de nosostros daríamos a este dilema planteado en tres preguntas es: lo que Argullol quiere decir es que la piedad se deriva de la sabiduría; es decir, que a más sabiduría, más piedad. Y es seguro lo mismo que pensaríamos: normal, pues los sabios consideran matices y perspectivas en el mundo que están ocultas a los normales, y son esos matices y esas perspectivas las que, precisamente, les hacen ser más capaces de piedad hacia los otros y hacia ellos mismos; pues, afirmaríamos, por ellas son capaces de relativizar las disonancias que las personas particulares pueden entonar durante el devenir de su vida.

Pero, ¿qué pasa si lo que afirma Argullol es que la piedad y la sabiduría son la misma cosa? ¿O, más agreste todavía, que la sabiduría deriva de la piedad? ¿A qué se estaría refiriendo entonces el filósofo? Si Argullol estuviera considerando estos dos casos, tanto si igualara la sabiduría a la piedad como si hiciera derivar a la primera de la segunda, entonces lo que estaría afirmando es que sin piedad no hay sabiduría; que no hay sabio no piadoso. Es decir que, al fin y al cabo, no hay conocimiento sin humanidad.

Conjeturo que esta sería una afirmación áspera para muchos. Pues afirmaría que el hombre es un ser ético antes que estético (y al decir estética me estoy refiriendo a la parte intelectual que hay en el Hombre); un ser bondad antes que un ser intelecto. Un ser que, en definitiva, se definiría más por lo que aseguró Cristo que había de ser el Hombre que por lo que, a lo largo de los siglos de la historia, han asegurado los que han considerado al Hombre como un ser definido por su excluyente capacidad de razón.

martes, 10 de julio de 2007

Los sonidos de las palabras

Leyendo el prólogo que Jorge Luís Borges escribió para el libro de María Esther Vázquez titulado Los nombres de la muerte se me ha ocurrido, sin venir demasiado a cuento, que una cosa es llamar a una calavera con su nombre español, es decir llamar “calavera” a una calavera, y otra muy distinta es llamarla con el nombre inglés: “skull.” En apariencia, no es que el objeto al que se refieren las dos palabras sean dos objetos distintos: una calavera es, aparentemente o en el fondo, el mismo objeto físico, tanto para un español como para un inglés. Aparentemente o en el fondo. Pero al pronunciar lenta y sopesadamente las dos palabras, y observando la diferencia entre las curvaturas de sus dos entonaciones, he sospechado que la apariencia de igualdad entre el objeto al que hace referencia la palabra española y el objeto al que hace referencia la palabra inglesa, es, quizás un tanto falaz.

Pensaréis que estoy experimentando con el delirio. Pero nada más lejos de mi intención. Permitid que os explique. Opino que las palabras construyen necesariamente, por su sonoridad, por su longitud y por su entonación, sensaciones y actitudes mentales en torno al objeto al que hacen referencia; hacen crecer imágenes, por así decirlo, en torno al objeto al que definen. Así, la imagen que percibimos por la vista al mirar hacia un objeto se modifica y se enriquece por la experiencia sonora de la palabra que le define. Entonces, se me ocurre que una “calavera” no puede ser el mismo objeto para el español que una “skull” para el inglés. El objeto físico al que hacen referencia las dos palabras quizás sea el mismo. Pero la imagen mental que se forman uno y otro, el español y el inglés, es distinta.

Lío: pensando en la última frase que he escrito se me ocurre que entonces la penúltima no tiene demasiado sentido. Si la imagen del objeto depende del que lo nombra y, además, del idioma del que lo nombra, entonces: ¿qué significa decir que “el objeto es el mismo”? Es más, ¿qué significa decir que el objeto “es”? Yo diría, y corríjanme los filósofos que me estén leyendo si hace falta, que un objeto “es” si tiene una existencia independiente al que lo ve. Es decir, si, para empezar, el objeto es el mismo para un español, para un inglés, para un chino, para un marciano y para un pingüino. Pero, ¿es esto cierto? ¿Podemos afirmar todos a la una que la calavera es de color blanco? ¿O que tiene forma ovalada? Ay, yo no sé, pero se me ocurre que el color blanco para un habitante de Berlín y para, digamos, un esquimal no ha de ser percibido de la misma manera. Para un habitante de Berlín quizás el blanco de la calavera sea la luz. Pero para un esquimal el color de ese blanco quizás sea el de la suciedad misma.

Pensando en esto se me ocurre que es raro que, nosotros los humanos, podamos comunicarnos, ¿no? Y se me ocurre lo mismo que esas diferencias en el lenguaje, que hacen crecer ideas dispares en el pensamiento de las personas que habitan culturas diferentes, y que, de hecho, construyen culturas diferentes, quizás sean unas de las razones por las que hay guerra, dolor e incomprensión entre los hombres. Y que, y lo digo considerando las palabras en su sentido más hondamente literal, seamos incapaces de comprendernos. Entonces: ¿nos comunicamos sin comprendernos?

Ah, la vida, qué asunto tan solitario.

lunes, 9 de julio de 2007

Watchmen, capítulo I: At midnight, all the agents...

Desde hoy, y durante una temporada de la que aún no conozco el fin, voy a ir copiando y comentando las citas que cierran el final de cada uno de los capítulos de la serie de cómics Watchmen. Entre estas citas no existe patrón aparente: aparecen entre ellas versos de canciones de Elvis Costello y de John Cale, lo mismo que extractos de La Biblia y citas de Nietzsche y de Einstein. Eso sí cada una de ellas guarda relación, estrecha u oblicua, con el capítulo al que dan cerrojo, enriqueciéndolo de significados laterales; y son además, e independientemente del capítulo, hondas y meditables por sí mismas. Como lo son los versos de los poetas rey en la historia de la poesía.

El primer capítulo se titula At midnight, all the agents… La cita que lo acaba es, en este caso, una serie de cuatro versos extraídos de una canción de Bob Dylan titulada Desolation Row. Estos versos, que empiezan precisamente con las palabras que dan título al capítulo, dicen así:

At midnight all the agents
And the superhuman crew
Come out and round up everyone
That knows more than they do.

(En la edición traducida al castellano, y publicada por Norma Editorial, estos versos dicen:
A medianoche todos los agentes
Y seres sobrenaturales
Salen y ajustan cuentas con quienes
Saben más que ellos.)

Es interesante, o al menos a mí así me lo parece, pensar en dos imágenes que rara vez se utilizan de manera yuxtapuesta, y que en estos versos así se utilizan: la primera a la que me refiero es la provocada por la expresión “agents and the superhuman crew”, y la segunda es la provocada por “everyone that knoes more than they do.” Digo que rara vez se utilizan de esta manera porque lo común es que esos agentes y seres sobrenaturales de los que habla la primera expresión, y que crecen oscuros y terribles en nuestra imaginación cuando leemos estas palabras, han de ser superiores, en fuerza y en intelecto, a los comunes (o sea, nosotros) con los que han de compartir el mundo; y que no les ha de hacer falta ajustar cuentas con estos comunes pues su superioridad hace innecesaria la contienda con ellos. No puede haber contienda y, por lo tanto, no puede haber revancha ni ajuste de cuentas que saldar. Sin embargo, de estos versos no se supone que estos sobrenaturales han de ser necesariamente superiores a todos los hombres; ni que están libres de dolor. Al contrario, se les supone temerosos de aquellos que, aun siendo hombres, pueden quebrarlos.

¿Temía el monstruo alienígena que aparece en Alien a alguno de los tripulantes de la nave Nostromo? ¿Temía el férrico Superman al calvo Lex Luthor? ¿Temía el Conde D. a los londinenses con los que quería hacer festín? Decir que tememos aquello que conocemos temible, es decir una tautología recta y meridiana; y, en apariencia, es no afirmar nada. Pero si pensamos en cuando éramos pequeños de cuerpo y de recuerdos, pero anchos, anchísimos, en imaginación, nos daremos cuenta de que el libro en el que estaba escrito todo lo que temíamos tenía muchas menos páginas de las que tiene ahora ese mismo libro. El conocimiento del mundo, que necesariamente ampliamos al acumular años a nuestro calendario personal, ensanchece los temores que, razonables o no, oscurecen nuestra vida. Acumula páginas en el libro en el que están escritos nuestros temores.

Si pienso en lo que os he escrito más arriba se me ocurre una pregunta: ¿son los agentes y los seres de los que habla la canción de Bob Dylan los que un día se creyeron los amos de los hombres pero que, al andar el tiempo y, por lo tanto, al hacerse mayores, se han dado cuenta de que al hombre también hay que temerlo? Es decir, ¿ha crecido en los héroes, en los villanos, en los seres del mal que antaño deambulaban a sus anchas, miedos a los que novedosamente temer, siendo el peor y más grande de estos miedos el mismísimo hombre? Es decir, de nuevo: ¿se han dado cuenta estos seres de que el hombre, siendo un lobo para sí mismo (tal y como afirmaba el filósofo inglés Thomas Hobbes en su tratado sobre el hombre, la sociedad y el gobierno, titulado Leviathan y publicado en 1651), se ha convertido también en un lobo para ellos mismos?

Si los sobrenaturales han decidido que hay que temer al hombre, entonces quizas eso signifique que se han hecho mayores; que han añadido páginas al libro en que se cifran sus miedos. O, peor, significa que al Hombre le ha crecido la oscuridad en el alma; una oscuridad a la que los mismísmos seres que habitan en el margen temen.

“Homo homini lupus.” Ah, quizás sí, quizás sí.

domingo, 8 de julio de 2007

Matsuo Bashoo, haijin

Antes que nada, una advertencia fonética: en el idioma japonés no existe un sonido como el de la “j” española. Así, la grafía “j” japonesa debe pronunciarse como se pronuncia la “y” española. Por otra parte, la pronunciación de la “h” japonesa requiere de un sonido similar al que requiere la pronunciación de la “h” inglesa. En lo que sigue, además de lo dicho, únicamente hará falta tener en cuenta que la fonética japonesa y la española es la misma.

El haiku es un tipo de composición poética típica de Japón. Nació en el siglo XVI y tuvo como fuente original a los haikais, poemas que podían tener 36, 50 o 100 versos y que se componían con la participación de varios poetas. El poeta que iniciaba el haikai escribía tres versos de medidas 5-7-5 (el primer verso constaba de 5 sílabas, el segundo de 7 y el tercero de 5) y a partir de aquí los demás poetas lo continuaban, añadiendo dos versos de 7 sílabas cada uno. A los 3 primeros versos del haikai se les llamó hokku, y fueron la semilla de lo que, con el paso del tiempo, dio lugar al haiku.

Así pues, los haikus constan de tres versos de medida 5-7-5 (es decir, tienen una métrica de 17 sílabas, repartidas en 3 versos). Los temas de los que hablan están muy relacionados con el devenir diario y con la naturaleza; y, al menos desde la aparición del poeta Matsuo Bashoo, que fue el autor a partir del cual los haikus tomaron sus caracteres definitorios, tuvieron, y tienen, una tendencia claramente relacionada con el budismo zen, que es el sistema de creencias y ritos más extendido en Japón.

Al compositor de haikus se le llama haijin.

Copio a continuación un haiku de Matsuo Bashoo. Este poeta, que nació en 1644 y murió en 1694, pasó los últimos años de su vida viajando, en pleno contacto con la naturaleza.

Yuku haru ya
Tori naki no no
Me wa namida

(Que, en su traducción castellana sería:
¡Se va la primavera!
Gime el pájaro
y el pez llora.)

Ocurre que al poeta le entristece el final de la primavera. Lo mismo que a los demás, o al menos a los que estamos tocados por la melancolía y la nostalgia, nos entristece el final de las cosas que durante un tiempo nos han sucedido. Aunque el sol abrase el cielo y la tierra con más fuerza de la que sería capaz el aliento de Smaug (apodado "el dorado") hoy es, para mí, un día triste.

sábado, 7 de julio de 2007

Superman y los otros III: Sansón, Aquiles y Sigfrido

La película Unbreakable (traducida al español como El protegido), dirigida por Night Shyamalan y estrenada en el 2000, postula la teoría de que aquello que atañe a lo profundo y a lo simbólico en el hombre no ha cambiado desde las viejas edades. En el principio los poetas de los tiempos antiguos crearon mitos con los que simbolizaron la lucha más profunda y más primaria: la lucha entre Bien y el Mal. Hoy esa contienda continúa. Y lo mismo que los poetas de los tiempos antiguos, hoy los poetas de los tiempos nuevos continúan simbolizándola. Porque en lo hondo, en lo más primordial, el corazón del hombre continúa siendo el mismo.

¿Qué hay en un héroe que lo hace cercano a los hombres? ¿Qué hay en él que lo convierte en un referente al que imitar? A los dioses se les adora, se les teme, se les honra mediante el sacrificio para que la sonrisa que dirigen hacia nosotros no se torne en ira y plagas. Pero la grandeza fría e irascible de los dioses los aleja del corazón del hombre, y tornándolos pálidos y borrosos a su visión. El hombre no es capaz de amar lo lejano: ama a quien puede tocar y a quien es como él; y ama, también, a quien puede considerar como un referente al que intentar imitar. Un dios, por lejano y por inimitable, no podrá ser nunca amado. Lo mismo que tampoco podrá ser el referente de ningún hombre. Pero, ¿qué pasa con los héroes?

Si Superman no se acabara ante la presencia de kriptonita, entonces sería indestructible. Dejaría de ser vulnerable y eso le convertiría en un dios. Y al hacerlo, se alejaría de nosotros: los niños no se disfrazarían como él, las mujeres no caerían rendidas de amor a sus pies. Pues, ¿qué niño quiere disfrazarse como Zeus? O ¿qué mujer querría tener como amante a Poseidón? O ¿quién, en definitiva, quiere ser, o tener al lado, como amante, a un dios? Pero no es un dios: Superman es vulnerable. Entonces, ¿es esta vulnerabilidad la cualidad que ha de poseer un héroe para acercarse a los hombres?

En el libro de los Jueces, del Antiguo Testamento, se habla de la historia de Sansón. Nacido en Zora durante el siglo XI a.C., un ángel se le apareció a su madre, la estéril mujer de Manoa, de la tribu de Dan, estando embarazada y le proclamó que no debía beber bebidas alcohólicas ni comer comidas impuras pues de su seno nacería el que había de liberar a los israelitas de los opresores filisteos. Sansón, después de nacer, se consagró enteramente a Dios. Y como símbolo y recuerdo de esa consagración, que le haría invulnerable y, por lo tanto, el salvador del pueblo de Israel, había de renunciar a cortarse el pelo. Pero andó el tiempo y resultó que Sansón se enamoró de Dalila y que esta, a cambio de plata filistea, vendió a su enamorado desvelando el secreto de su fuerza. Así, sus enemigos le cortaron el pelo, por lo que Dios entendió que se había roto el pacto y entonces le borró la fuerza. Los filisteos, no le mataron pero le vaciaron las cuencas de los ojos y le hicieron esclavo y moledor de grano. Sansón, héroe, fue vulnerable.

En La Aquileida, poema escrito por Estacio en el siglo I e inspirado por las antiguas leyendas griegas en torno al heroico Aquiles, se dice que Tetis, su madre ninfa, le bañó en el río Estigia, que delimitaba la frontera del mundo de los vivos con el mundo de los muertos, para hacerle inmortal. Pero ocurrió que Tetis olvidó sumergir en el río el talón por el que sujetaba a su hijo cuando hacía lo propio con el resto del cuerpo. Por ese lugar Aquiles recibió a la muerte. Aquiles, héroe, fue vulnerable.

El Cantar de los Nibelungos, basada en una obra anterior titulada La Saga Volsunga o Saga de los Volsungos, es un poema medieval anónimo escrito en el siglo XIII que narra las gestas de Sigfrido (llamado Sigurd en La Saga Volsunga). Sigfrido, después de matar al custodio del tesoro de los Nibelungos, el horroroso dragón Fafner, se bañó con su sangre pues era fama que eso podía convertir en invulnerable a quien lo hiciera. Pero la mala fortuna hizo que mientras se bañaba una hoja de tilo se le pegara en la espalda a la altura del corazón. Y que, por lo tanto, ese lugar no fuera bañado por la sangre del dragón. Por ese lugar Sansón recibió a la muerte. Sigfrido, héroe, fue vulnerable.

Sansón, Aquiles, Sigfrido, Supermán… y hasta, en cierto modo, Jesucristo. Fueron héroes en el tiempo de los hombres antiguos, y lo son todavía en nuestro tiempo. Todos ellos tienen un denominador común: su vulnerabilidad a las artimañas del enemigo y de lo malo. Y es por esta vulnerabilidad que todos ellos son modelos a los que mirar. Por su valentía, por su hombría, por su honradez, por su energía. Por mirar de frente al horror. Por ser, en definitiva, lo que todos quisiéramos ser.

¿Os acordáis cuando en Unbreakable Joseph Dunn (Spencer Treat Clark), el hijo de David Dunn (Bruce Willis), mira alucinadísimo a su padre cuando este empieza a añadir pesos y más pesos en la barra de halterofilia con la que se entrena para demostrar a su hijo y a él mismo que su fuerza es colosal y que realmente es un superhéroe? A mí me da que en ese momento lo que el niño piensa, vencido por la admiración, la reverencia y el amor de hijo, debe ser algo parecido a: mi padre, al que el tiempo envejece y que un día morirá, es un superhéroe; yo quiero ser como él. ¿No?

viernes, 6 de julio de 2007

Todos somos Truman

Ya no somos los títeres de Dios.

Ayer por la mañana, cuando iba hacia el trabajo, me acordé de una película que, aunque se estrenó en 1998, vi hace cinco o seis años: The Truman Show. Dirigida por Peter Weir (el director de Gallipoli (1981), Witness (1985), Dead Poets Society (1989) y Master and Comander: The Far Side of the World (2003), entre otras películas), narra la vida aparente de un feliz, Truman Burbank, en una comunidad aséptica y poco menos que idílica, en la que nunca pasa nada. Pero resulta que la vida que vive Truman no es de verdad, y que esa presunta felicidad -de mujer e hijos siempre sonrientes y felices, y de cielos siempre de un azul impecable- es una felicidad falsa. Porque en el mundo de Truman lo único que es de verdad es él mismo. Todo lo demás es mentira.

Y cuando en Truman crece la sospecha de que quizás en su mundo no todo es idilio, y de que quizás en él cabe la mentira; cuando Truman empieza a ver sus hilos de marioneta, es entonces cuando aparece una voz omnipresente que, desde los cielos, desde cualquier rincón de su mundo, desde arriba, le habla. Para Truman esa voz es la voz de Dios. De la misma manera que, para nosotros, lo fue la voz de quien habló a Abraham dictándole lo que había de ser ley para el Hombre. Esa voz que habla a Truman tranquila y profunda, le busca respuestas. Pero la sospecha ha calado hondo en su alma y las respuestas que esa voz da a las preguntas que le plantea ya no valen. La sospecha de que también esa voz representa la de un dios de falso, hueco, obsoleto y mudo a sus preguntas. Truman fue feliz viviendo en el país de la ignorancia. Pero, al haber conocido, ya no puede serlo.

¿Es Truman Burbank el resumen metafórico del Adán y la Eva de La Bíblia? Fijaos en lo que nos cuenta el Génesis 3, 23-24 (en la traducción que encargó el rey James, I de Inglaterra y VI de Escocia, y que fue publicada por primera vez en 1611: The King James Version):

“23. Therefore the Lord God sent him forth from the garden of Eden, to till the ground from whence he was taken.
24. So he drove out the man; and he placed at the east of the garden of Eden Cherubins, and a flaming sword which turned every way, to keep the way of the tree of life.”

(Que en su traducción española dice: “23. Entonces expulsó al hombre del jardín de Edén, para que trabajara la tierra de la que había sido sacado. 24. Y después de expulsar al hombre, puso al oriente del jardín de Edén a los querubines y la llama de la espada zigzagueante, para custodiar el acceso al árbol de la vida.”)

A todos nosotros, creo, nos pasa como a Truman. Desamparados y sin una voz que guíe nuestros pasos por esta vida, damos tumbos. Ojala no hubiéramos visto nunca los hilos que movían nuestro destino. Porque al verlos los cortamos pensando: por fin seremos libres. Qué error, qué error. Ojala continuáramos como en lo antiguo siendo igual que títeres; siendo igual de ignorantes y crédulos que los hombres marioneta del pasado. Ojala retomara Dios los hilos que un día nosotros mismos cortamos, y olvidáramos que los ha retomado, y fuéramos capaces de, sumergidos en este olvido, continuar confiando en él. Porque entonces, quizás, seríamos felices.


Figura 1: fotograma de la película The Truman Show (1998), de Peter Weir.

jueves, 5 de julio de 2007

Wang Wei, poeta chino

Wang Wei nació en Puzhou (el actual distrito Yongji de Shanxi), el año 701, y murió en Chang’an, el año 761; vivió, por lo tanto, durante la dinastía Tang, que regentó el territorio chino desde el año 618 hasta el año 907. Es uno de los grandes poetas clásicos chinos, y escribió poemas tan bonitos como el que copio a continuación:

Sentado solo entre silenciosos bambúes,
taño mi laúd y silbo unas canciones.
Nadie sabe que estoy en el espeso follaje.
Sólo la brillante luna acude a acompañarme.

Se titula En el bosque de bambúes.

miércoles, 4 de julio de 2007

El azar, Diderot, el caballero De Jaucourt y yo

Un miedo: perder de un soplo el trabajo de toda una vida.

Imaginad que, ahora que estamos en la Edad del Chip, tenéis guardado en el disco duro de vuestro ordenador una carpeta con todas las fotografías de todos los viajes que habéis hecho con vuestra familia o con vuestros amigos desde que tenéis una cámara para hacer fotografías digitales. E imaginad también que sois los únicos que tenéis fotografías de esos viajes y que, además, no habéis hecho fotografías con ninguna otra cámara. Y que esas fotografías no existen en ningún otro lugar; es decir, que no tenéis ninguna copia de ellas. O, dejad que le saque un poco de punta al argumento, imaginad que tenéis guardadas en una carpeta las fotos de uno de los mayores, en edad, de vuestra familia. De vuestro padre o madre, o de vuestro abuelo o abuela, o de vuestro bisabuelo o bisabuela, o de, qué sé yo, vuestro tío o tía; pero, eso sí, de uno de los mayores de vuestra familia. Y que, por las causas que sean, esas son las únicas fotografías que existen de esa persona desde que tenía una cierta edad. Porque además, y como decía más arriba, no tenéis ninguna copia de ellas. Son las únicas. Ya no hay más. Cero. Toda la familia ha confiado en vosotros la memoria gráfica de esa persona, y ha confiado lo mismo en que un día se había de cumplir aquello que se siempre se dice al final del verano, o de un convite, o de un viaje: “ya me las pasarás, ¿eh?” Pero, como siempre ocurre, no se las habéis pasado a nadie y sólo las tenéis vosotros. Esto, bien podría pasar, ¿no? Por ejemplo (radical e imaginario): yo, que soy nieto único, soy el único que guarda las únicas fotografías que existen de mi abuelo, que es hermano único y padre de un sólo hijo, desde que, pongamos, tenía sesenta y cinco años. Bueno.

Imaginad ahora que, mierda, mierda, esas fotos, por el motivo que sea, desaparecen del disco duro de vuestro ordenador. Mierda, mierda, a que sí. Imaginad que desaparecen de repente y sin avisar y que un día, cuando queríais recuperar la fotografía de vuestro abuelo, resulta que ya no están las fotos, ni la carpeta, ni nada. Esto no sería nada divertido, ¿no? E imaginad, ya que estamos y para fatigar más el tema, que vuestro abuelo ya está muerto y que la fotografía que buscabais la ibais a utilizar para hacerle un regalo a vuestra abuela. Eso, más que no ser nada divertido, sería la tristeza, ¿eh?

Esta mañana he leído en una revista que el médico y caballero francés Louis de Jaucourt (1704-1779), que además de médico fue filósofo y escritor, trabajó durante veinte años en una vasta obra médica compuesta por seis volúmenes, a la que tituló Lexicon medicum universalis. Y que en 1751, una vez la obra estuvo acabada, quiso enviarla a Ámsterdam para que la imprimieran libre de la censura que por aquellos tiempos agobiaba a Francia. He leído que entonces a De Jaucourt le sobrevino la desgracia y la pena, pues el barco que transportaba el único manuscrito de la obra hacia Ámsterdam se hundió. Y con él, claro, la obra. Ah, qué trágico que hubo de ser aquello para el caballero De Jaucourt, ¿no? La obra que ha plagado toda una vida con sudores intelectuales, aprovechada sólo por los peces y las algas que transitan el fondo del mar. Para él no pudo ser menos que el horror, seguro. Por supuesto, no fue capaz de acometer de nuevo, desde cero, la obra. Así que tras este desastre ofreció sus servicios a Denis Diderot para colaborar con él en la magna obra que por aquellos tiempos estaba preparando: L’Encyclopédie. El caballero De Jaucourt, obsesivo e infatigable, acabó escribiendo 17266 de los 71818 artículos que tiene L’Encyclopédie, por lo que está claro que sin él la obra de Diderot, que es además la obra fundamental de la Ilustración francesa, hubiera quedado incompleta (además, los escritos de De Jaucourt liberaron a Diderot de muchísimo trabajo, lo que le permitió a este centrarse en las obras teatrales y novelescas que, más tarde y junto con L’Encyclopédie, le hicieron famoso).

Qué azarosa es la vida en ocasiones, ¿no? Si De Jaucort no hubiera perdido su obra seguramente no hubiera trabajado en L’Encyclopédie que estaba preparando Diderot. Y, seguramente también, no hubiera llegado a fama alguna. Pero el hundimiento de su obra provocó que, andando el tiempo, se convirtiera en uno de los franceses luz de su época. Y, como consecuencia de ello, que Diderot también se convirtiera, lo mismo que él, en otro de los franceses luz de su época.

Ocurre que en ocasiones el azar mejora el mundo. Y ocurre que en otras ocasiones lo empeora. Y cuando escribo “mundo” me refiero al mundo global del Hombre y al mundo pequeñito de cada uno de nosotros, de cada uno de los hombres. Desde el domingo pasado el azar ha jugado mal con mi alegría y ha entristecido mi mundo pequeñito y particular: se ha perdido, sin que de momento nadie sepa por qué, la cuenta de correo electrónico que, desde hacía ya unos nueve años, tenía con Yahoo! Adiós a las direcciones de algunos amigos a los que ya no veo pero con los que a veces me escribía. Adiós a algunos mensajes antiguos que guardaba y que a veces releía con cariño. Adiós a un trocito de mi vida. Adiós.