viernes, 29 de junio de 2007

Watchmen III: Los Crimebusters II: Doctor Manhattan, segundo Espectro de Seda y segundo Búho Nocturno

Y hoy, por fin, los tres últimos componentes de Los Crimebusters.

El Doctor Manhattan fue un científico que, después de tener un terrible accidente en un laboratorio en el que él trabajaba, y en el que se jugaba con la esencia del material con el que está compuesto el Cosmos, se convirtió en un ser que, aunque su morfología indicara que algo tenía que ver con el hombre, en el fondo no era humano. El verdadero nombre del Doctor Manhattan fue Jon Osterman, y fue el único personaje de la serie Watchmen que tuvo poderes que estuvieron más allá de las posibilidades del hombre común (salvo si consideramos, quizás, a aquellos personajes de los que se insinúa que tienen habilidades psíquicas). A lo largo de la serie fue abstrayéndose del hombre, y fue aumentando su indiferencia hacia todo lo que es humano y hacia toda la humanidad en general. Y, andando el tiempo, fue, además, renegando de cualquier interés que pudiera haber tenido anteriormente por los asuntos de los hombres, rechazando a su vez toda noción que tuviera algo que ver con la moral y la ética humana (por ejemplo, y hablando de algo en lo hondo muy trivial, decidió que había de dejar de vestirse). Una de las habilidades que tuvo fue la de poder ver el mundo desde fuera del tiempo que rige para los hombres y para el cosmos en general. Esto, al poder ver de un sólo vistazo toda la historia o dos momentos de la historia distanciados en el tiempo, fue lo que le orientó hacia el determinismo (posición filosófica para la cual todo evento -incluyendo el conocimiento y el comportamiento humano-, toda decisión y toda acción, está causalmente determinada por una cadena ininterrumpida de sucesos anteriores; hay, en cada instante, exactamente un único futuro físicamente posible). Poco a poco, y conforme fue avanzando la serie, se fue identificando al Doctor Manhattan como una figura de carácter cuasidivino o divino: después de morir y resucitar, Osterman ganó una especie de conocimiento omnisciente y de unos poderes casi omnipotentes: proféticamente, en su escena final caminó sobre el agua y se marchó a algún lugar desconocido con el objetivo de crear, a la manera de los dioses de las tradiciones antiguas, vida humana. Pero aun teniendo poderes divinos, la verdad es que en cierto sentido también tuvo tantos defectos y fue tan humano como el resto de los humanos. Especialmente difíciles fueron las relaciones que mantuvo con los que le rodearon, pues El Doctor Manhattan personificó y mantuvo un concepto con el que, aunque filosóficamente nada novedoso, se hace dificil convivir: el que postula que el intelecto está por encima de las emociones. Por su actitud distante y por su filosofía algo nihilista, fue vilipendiado por muchos de los personajes de la serie. Pero en lo hondo fue un incomprendido, pues sus acciones estuvieron mucho más allá del bien y del mal, y por lo tanto más allá de lo juzgable por los hombres. En este sentido, el Doctor Manhattan representó a algo parecido al superhombre nietzscheniano; en contraposición a, quizás, lo que representó Rorschach, cuyas acciones estuvieron completamente definidas por los conceptos conocidos de bien y mal.

El segundo Espectro de Seda fue un héroe (o más bien una heroina) a regañadientes. De nombre Laurel (Laurie) Juspeczyk, fue presionada por su madre, el primer Espectro de Seda (una exitosa luchadora contra el crimen antes del nacimiento de Laurie), para que se convirtiera, lo mismo que ella en el pasado, en otra luchadora contra el crimen. Empezó una relación amorosa con el Doctor Manhattan, aunque a lo largo de la serie fue sintiéndose cada vez más a disgusto con la indiferencia que Osterman mostraba hacia la humanidad y hacia ella. Por este motivo Laurie y Manhattan acabaron separándose, hecho que hizo que él abandonara la Tierra. Laurie jugó un papel primordial cuando hubo que hacer entender al Doctor Manhattan que el valor de la vida humana no era un valor trivial, ni tampoco un valor con el que se pudiera jugar inconscientemente. También estuvo relacionada amorosamente con Dan Dreiberg, el segundo Búho Nocturno.

El segundo Búho Nocturno, cuyo verdadero nombre, como decía antes, fue Dan Dreiberg, manifestó un fuerte interés por la ornitología, lo que hizo explícito en alguno de sus inventos, al relacionarlos de un modo u otro con algo que tuviera que ver con las aves. Algo solitario, se le separó de sus padres desde muy pequeño, y luchó durante toda su vida por encontrarle un propósito y un sentido a esta. Y fue esta lucha lo que hizo atractiva, para él, la idea de convertirse en un luchador enmascarado que combatiera el crimen. Dreiberg admitió admirar las proezas del primer Búho Nocturno. Y admitió lo mismo estar influido de manera algo pueril por dos conceptos a los que trataba de un modo infantil: el de nobleza y el de aventura. Sin embargo, no tuvo un propósito firme en sus actuaciones -como, en cambio, sí lo tuvo Rorschach- por lo que fue bastante dependiente de los demás, confiando a menudo en que los otros le dijeran lo que hacer antes que en seguir sus propios deseos y propósitos. Dreiberg fue, de todos los héroes enmascarados que lucharon contra el mal, el que más representó al hombre de la calle; el que más representó a ese ser pragmático, a ese ser conducido por el ir y venir de los valores éticos, que es el hombre. Fue el que más representó a ese buscador del bien definitivo y abstracto, aunque desconocedor de cómo encontrarlo; a ese ser absurdo y desapegado de los grandes conceptos, aunque dispuesto a comprometerse hasta lo hondo en las batallas más concretas y definidas. La persecución que Dreiberg llevó a cabo contra el crimen reflejó claramente la ineficacia, o la inadecuación, de los héroes enmascarados que poblaron las calles de su mundo: se gastó inmensas cantidades de dinero en la financiación de la fabricación de vehículos y de ropa especializada (ropa preparada para la lucha en la guerra antimisiles, o contra las temperaturas bajo cero, o para potenciar la invisibilidad contra los radares, o para, en fin, un sinfín de cosas más) para, en definitiva, luchar contra los maleantes comunes y chuscos, a los que él llamaba, de manera despectiva, puteros y carteristas. El amor, como para la mayoría de los héroes enmascarados, no faltó en su vida: el suyo, representado por el amorío que vivió con Laurie Juspeczyk, el segundo Espectro de Seda.

Y con la descripción de los caracteres básicos de estos tres héroes pongo fin a la revisión, un tanto exhaustiva (pensarán algunos), un tanto esquemática (pensarán otros), de los protagonistas de la serie Watchmen. En lo sucesivo, quizás, continuaré hablando de la serie de cómics. Es un buen momento para hacerlo: se cumplen veinte años desde que se publicó su primera edición y, además, crece la furia popular por los superhéroes. Culpa, claro, de la serie Heroes. Por cierto, un buen amigo me dijo no hace demasiado que existe una cierta similaritud entre las intenciones de Ozymandias y las de Linderman. Pensé: "ay, qué tontería." Pero después lo repensé y concluí que, vaya, quizás no sea una idea tan descabellada. ¿No?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ni larga ni corta; en el punto justo.

Siguiendo con el tema filosófico es todo un acierto de Moore porque los protagonistas de Watchmen no se limitan a adoptar una postura filosófica; su condición de superheroes les permite llevarla a la práctica.