domingo, 1 de julio de 2007

Superman y los otros II: Heracles

Superman es, por su fuerza colosal y sobrehumana, un par del Heracles griego.

Heracles fue un héroe de carácter divino, pues fue el hijo del dios Zeus (hijo de Cronos y de Rhea, fue el dios de los cielos y del trueno, el soberano del monte Olimpo y el más grande de todos los dioses griegos) y de la mortal Alcmene (hija de Electryon, rey de Micenas e hijo de Perseo y de Andrómeda, y de Anaxo, hermana de Amphitryon). Luchó contra los dioses y los espíritus que habitaban el inframundo griego y contra las fuerzas y los seres malignos de otros tiempos (entre los que se encuentran Gerión, el monstruo gigante alado de seis brazos y tres cabezas, Cerbero, el perro de tres cabezas guardián de la puerta de Hades, la reina amazona Hipólita, y la Hidra de Lerna, el monstruo acuático y horroroso con forma de serpiente multicéfala y aliento venenoso) y, además, por haber salido victorioso de ello, fue considerado como el benefactor y protector de la humanidad: dejó el mundo listo, y a salvo de peligros, para que pudiera ser habitado por el Hombre. Heracles se caracterizó por su fuerza, por su coraje y por su ingenuidad, lo mismo que por su capacidad sexual tanto con las mujeres como con los hombres.

Superman se caracteriza casi por los mismos atributos por los que se caracteriza Heracles. Hablo, por supuesto, del Superman visible y no del Superman escondido detrás del disfraz llamado Clark Kent (porque, claro, si pensamos en Clark Kent entonces pensamos en alguien que, por su comportamiento y por manera de ser, es totalmente simétrico a Heracles y, de hecho, a la mayoría de los héroes y de los superhéroes al uso). Y digo que casi se caracteriza por los mimos atributos porque hay una diferencia: la que se refiere a la capacidad sexual. Superman no usa las maneras promiscuas que, en cambio, sí usó Heracles.

Las maneras promiscuas de Heracles fueron vastas y, en muchas ocasiones, fructíferas.

Heracles tuvo numerosísimas amantes, con las que tuvo numerosísimos hijos. Estos fueron conocidos, en conjunto, como los heraclidas, de los que muchos de los caudillos de la antigua Grecia, para prestigiar su dinastía, se consideraban descendientes. Y, además, tuvo tres mujeres. La primera fue Mégara, con la que tuvo varios hijos, a los que asesinó junto con su mujer en un ataque de locura provocado por Hera, la mujer de su padre, Zeus; este fue el motivo por el que la sibila del oráculo de Delfos le obligó a purgar la culpa por lo que había hecho realizando sus famosísimos doce trabajos. La segunda fue Ónfale, hija de Iardanos, y esposa de Tmolos, rey de Lidia, reino situado en Asia Menor; Heracles, según una de las múltiples versiones que narran la historia de los encuentros que tuvo con Ónfale, se queda prendado de ella al visitarla en su palacio real durante uno de los viajes que tuvo que realizar para cumplir los doce trabajos que le habían sido asignados; posteriormente se casó con ella, y tuvo como descendiente a Agesilas. Y la tercera fue Deyanira, hija de Altea y Oineo, rey de Calidón; aunque su padre la prometió en matrimonio al horroroso dios Aqueloo, el dios más antiguo y poderoso de Grecia y señor del río del mismo nombre, Heracles luchó con él por la mano de Deyanira, y le derrotó; fue Deyanira quien, engañada por el centauro Neso (que había intentado violarla y a quien Heracles asesinó con una flecha envenenada), mató a Heracles sin quererlo: untó en la túnica de Heracles la sangre del corazón del centauro creyendo, por lo que antes de morir le había dicho este, que de este modo podría recuperar el amor de su marido, al que sospechaba en brazos de Iole, la hija de Eurytus; pero la sangre del corazón del centauro quemó, hasta casi la muerte, la piel de Heracles a lo que este, agonizando por el dolor de las quemaduras, decidió quitarse la vida en una pira; Deyanira, al darse cuenta de su error, eligió el suicidio y se ahorcó.

Y tuvo, también, numerosísimos amantes masculinos. Entre ellos merece la pena rememorar a tres. El primero, Adonis, fue un dios de origen fenicio y caracterizado por ser eternamente joven, cosa que simbolizaba la muerte y la renovación anual de la vegetación. El segundo, Filoctetes, fue a quien Hércules entregó su arco y sus flechas. Y el tercero, Néstor, fue el mítico rey de Pilos y uno de los argonautas, antes de que se convirtiera en uno de los personajes principales de La Ilíada y de La Odisea.

Pero Superman no hizo, ni quiso hacer, lo mismo que Heracles. Superman optó por entregar su amor a una sola mujer: Lois Lane, la periodista del Daily Planet. Porque Superman, tal y como apuntaba el domingo pasado, es un héroe crístico. Y, por lo tanto, ha de ser necesariamente un héroe monógamo. Porque, ¿os imagináis que, después de bajar de un árbol el gatito de un niña llorona, después de atrapar a un ladrón que escala edificios de vidrio con ventosas en las manos y en las rodillas, después de evitar que a una viejecita le roben el bolso unos carteristas con barba de tres días, imagináis, repito, que después de todo esto Superman se fuera a tomar unas copas a un bar en el que hubieran mucho humo y muchas chicas en bikini o, peor, en topless? Uy, uy, uy, eso sería muy raro e iría a la contra de lo todos esperamos de él, ¿no? Porque yo no sé vosotros, pero yo de Superman lo que espero es seriedad, circunspección, casi celibato y muchísima bondad y preocupación por el mundo. Casi lo mismo que espero de un monje conventual, vamos. Y, esperando todo esto, ver a Superman en un bar con humo y chicas, sabiéndolo enamorado de Lois Lane, sería, para el espectador y para mí, el descubrimiento de un doblez en su personalidad que iría a la contra con su manera de ser y de actuar en el mundo. Sería la prueba de que Superman nos ha estado engañando todo el tiempo, y de que no está a favor de todo lo que es bueno en el mundo. Quizás le convertiría en un héroe más parecido a los que había en el mundo antiguo, con sus debilidades y sus penas. Un héroe más parecido a Heracles. Pero dejaría de ser, definitivamente, el héroe popular e icónico que ha sido durante el siglo XX. Y, sobre todo, dejaría de ser ese héroe que se parece tanto a Cristo y que, precisamente por este motivo, gusta tanto a los hombres y mujeres de bien.

A mi madre un Superman así no le gustaría. Le parecería repulsivo.

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