miércoles, 11 de julio de 2007

El dilema de Rafael Argullol

Dice Rafael Argullol en su libro El fin del mundo como obra de arte: “En la atmósfera que rodea a Prometeo hay menos esperanza que en los cantos de los profetas crepusculares, pero hay más piedad y, por ello, más sabiduría.” Esto que dice, es meditable ¿eh? Me refiero a esto de asociar la piedad con la sabiduría. O, lo que es lo mismo, la crueldad con la estupidez.

Yo no sé distinguir, de sus palabras, si lo que está considerando es una equivalencia entre los dos conceptos o si, más bien, supone que uno es consecuencia del otro. Es decir: ¿considera Argullol que la piedad y la sabiduría son la misma cosa pero miradas desde un punto de vista diferente? ¿O considera, más bien, que la sabiduría deriva de la piedad? ¿O, simetricamente a lo anterior, que la piedad deriva de la sabiduría?

Es seguro que la respuesta que la mayoría de nosostros daríamos a este dilema planteado en tres preguntas es: lo que Argullol quiere decir es que la piedad se deriva de la sabiduría; es decir, que a más sabiduría, más piedad. Y es seguro lo mismo que pensaríamos: normal, pues los sabios consideran matices y perspectivas en el mundo que están ocultas a los normales, y son esos matices y esas perspectivas las que, precisamente, les hacen ser más capaces de piedad hacia los otros y hacia ellos mismos; pues, afirmaríamos, por ellas son capaces de relativizar las disonancias que las personas particulares pueden entonar durante el devenir de su vida.

Pero, ¿qué pasa si lo que afirma Argullol es que la piedad y la sabiduría son la misma cosa? ¿O, más agreste todavía, que la sabiduría deriva de la piedad? ¿A qué se estaría refiriendo entonces el filósofo? Si Argullol estuviera considerando estos dos casos, tanto si igualara la sabiduría a la piedad como si hiciera derivar a la primera de la segunda, entonces lo que estaría afirmando es que sin piedad no hay sabiduría; que no hay sabio no piadoso. Es decir que, al fin y al cabo, no hay conocimiento sin humanidad.

Conjeturo que esta sería una afirmación áspera para muchos. Pues afirmaría que el hombre es un ser ético antes que estético (y al decir estética me estoy refiriendo a la parte intelectual que hay en el Hombre); un ser bondad antes que un ser intelecto. Un ser que, en definitiva, se definiría más por lo que aseguró Cristo que había de ser el Hombre que por lo que, a lo largo de los siglos de la historia, han asegurado los que han considerado al Hombre como un ser definido por su excluyente capacidad de razón.

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