jueves, 10 de mayo de 2007

Lo inteligible y Bizancio

El mundo inteligible es el mundo de las Ideas. El mundo al que Platón otorgó el privilegio de ser el mundo auténticamente real. Este mundo escapa completamente a nuestros sentidos, por lo que los artistas de Bizancio repitieron, una y otra vez, que nunca podría ser objeto de una representación artística. Sin embargo, aquellos artistas no fueron consecuentes con lo que afirmaron y constantemente volvieron con su arte sobre este tema.

Pero, ¿hay imágenes que se pueden mirar con los ojos del espíritu? ¿Hay imágenes mediante las que se puede contemplar la realidad nouménica, es decir la realidad de la que habló Platón? Cuestión cabal y profunda, pues al contemplar la realidad nouménica, pensaron, contemplamos, entonces, la auténtica realidad. Contemplamos lo inteligible. Contemplamos a Dios.

Los antiguos artistas de Bizancio admitieron la posibilidad de la existencia de estas imágenes. Y por eso quisieron investigar hondo las posibilidades de los colores y de las formas. Y no quisieron investigar menos los mensajes que de estas posibilidades se desprenden. Porque los antiguos artistas de Bizancio quisieron contemplar a Dios.

Pero en una imagen no hay palabra escrita. Una imagen es muda. Y, por lo tanto, es posible que, quien la mira, aún contemplándola con los ojos del espíritu, no sea capaz de llegar a la realidad intangible que busca. Pues los ojos del espíritu, sin guía, se extravían con facilidad. Es por esto que se introdujeron en las imágenes ciertas manipulaciones que buscaban abrir los ojos del espíritu del que la contemplaba. Se buscó evocar lo menos posible la realidad sensible. Pues entonces resultaba menos difícil, pensaban, apartarse de esta realidad para crearse una visión abstracta de lo inteligible.

Por eso en las imágenes bizantinas se ausentó el volumen, se ausentó el espacio y se ausentó el peso. Se llegó a varios convenios abstractos, mediante la manipulación de los iconos y del estilo. Y así fue que utilizando los iconos y el estilo de las imágenes los artistas dirigieron a los espectadores a los lugares comunes en los que buscar a Dios.

La imagen, ya os lo he dicho, carece de palabra escrita. Y fue que la carencia de la palabra escrita enriqueció lo simbólico. Y fue, entonces, que las imágenes cantaron al unísono las alabanzas que Dios y lo inteligible exigían.


Figura 1: Cristo Pantocrátor (hacia el siglo XII), mosaico de la iglesia Haghia Sophia de Constantinopla.
Figura 2: los Tetrarcas (hacia el año 300), figura de pórfido situada en el exterior de la basílica de San Marcos de Venecia.

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