martes, 10 de julio de 2007

Los sonidos de las palabras

Leyendo el prólogo que Jorge Luís Borges escribió para el libro de María Esther Vázquez titulado Los nombres de la muerte se me ha ocurrido, sin venir demasiado a cuento, que una cosa es llamar a una calavera con su nombre español, es decir llamar “calavera” a una calavera, y otra muy distinta es llamarla con el nombre inglés: “skull.” En apariencia, no es que el objeto al que se refieren las dos palabras sean dos objetos distintos: una calavera es, aparentemente o en el fondo, el mismo objeto físico, tanto para un español como para un inglés. Aparentemente o en el fondo. Pero al pronunciar lenta y sopesadamente las dos palabras, y observando la diferencia entre las curvaturas de sus dos entonaciones, he sospechado que la apariencia de igualdad entre el objeto al que hace referencia la palabra española y el objeto al que hace referencia la palabra inglesa, es, quizás un tanto falaz.

Pensaréis que estoy experimentando con el delirio. Pero nada más lejos de mi intención. Permitid que os explique. Opino que las palabras construyen necesariamente, por su sonoridad, por su longitud y por su entonación, sensaciones y actitudes mentales en torno al objeto al que hacen referencia; hacen crecer imágenes, por así decirlo, en torno al objeto al que definen. Así, la imagen que percibimos por la vista al mirar hacia un objeto se modifica y se enriquece por la experiencia sonora de la palabra que le define. Entonces, se me ocurre que una “calavera” no puede ser el mismo objeto para el español que una “skull” para el inglés. El objeto físico al que hacen referencia las dos palabras quizás sea el mismo. Pero la imagen mental que se forman uno y otro, el español y el inglés, es distinta.

Lío: pensando en la última frase que he escrito se me ocurre que entonces la penúltima no tiene demasiado sentido. Si la imagen del objeto depende del que lo nombra y, además, del idioma del que lo nombra, entonces: ¿qué significa decir que “el objeto es el mismo”? Es más, ¿qué significa decir que el objeto “es”? Yo diría, y corríjanme los filósofos que me estén leyendo si hace falta, que un objeto “es” si tiene una existencia independiente al que lo ve. Es decir, si, para empezar, el objeto es el mismo para un español, para un inglés, para un chino, para un marciano y para un pingüino. Pero, ¿es esto cierto? ¿Podemos afirmar todos a la una que la calavera es de color blanco? ¿O que tiene forma ovalada? Ay, yo no sé, pero se me ocurre que el color blanco para un habitante de Berlín y para, digamos, un esquimal no ha de ser percibido de la misma manera. Para un habitante de Berlín quizás el blanco de la calavera sea la luz. Pero para un esquimal el color de ese blanco quizás sea el de la suciedad misma.

Pensando en esto se me ocurre que es raro que, nosotros los humanos, podamos comunicarnos, ¿no? Y se me ocurre lo mismo que esas diferencias en el lenguaje, que hacen crecer ideas dispares en el pensamiento de las personas que habitan culturas diferentes, y que, de hecho, construyen culturas diferentes, quizás sean unas de las razones por las que hay guerra, dolor e incomprensión entre los hombres. Y que, y lo digo considerando las palabras en su sentido más hondamente literal, seamos incapaces de comprendernos. Entonces: ¿nos comunicamos sin comprendernos?

Ah, la vida, qué asunto tan solitario.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En la guía del autoestopista galáctico existe el pez babel, que habita en el oído y que permite la traducción instantánea. Y, humorísticamente comenta el autor:

Entretanto, el pobre pez Babel, al derribar eficazmente todas las barreras de comunicación entre las diferentes razas y culturas, ha producido más guerras y más sangre que ninguna otra cosa en la historia de la creación.

Anónimo dijo...

la palabra pringoso suena a cosa pringosa.
la palabra chucrut, suena a lo que es.