miércoles, 4 de julio de 2007

El azar, Diderot, el caballero De Jaucourt y yo

Un miedo: perder de un soplo el trabajo de toda una vida.

Imaginad que, ahora que estamos en la Edad del Chip, tenéis guardado en el disco duro de vuestro ordenador una carpeta con todas las fotografías de todos los viajes que habéis hecho con vuestra familia o con vuestros amigos desde que tenéis una cámara para hacer fotografías digitales. E imaginad también que sois los únicos que tenéis fotografías de esos viajes y que, además, no habéis hecho fotografías con ninguna otra cámara. Y que esas fotografías no existen en ningún otro lugar; es decir, que no tenéis ninguna copia de ellas. O, dejad que le saque un poco de punta al argumento, imaginad que tenéis guardadas en una carpeta las fotos de uno de los mayores, en edad, de vuestra familia. De vuestro padre o madre, o de vuestro abuelo o abuela, o de vuestro bisabuelo o bisabuela, o de, qué sé yo, vuestro tío o tía; pero, eso sí, de uno de los mayores de vuestra familia. Y que, por las causas que sean, esas son las únicas fotografías que existen de esa persona desde que tenía una cierta edad. Porque además, y como decía más arriba, no tenéis ninguna copia de ellas. Son las únicas. Ya no hay más. Cero. Toda la familia ha confiado en vosotros la memoria gráfica de esa persona, y ha confiado lo mismo en que un día se había de cumplir aquello que se siempre se dice al final del verano, o de un convite, o de un viaje: “ya me las pasarás, ¿eh?” Pero, como siempre ocurre, no se las habéis pasado a nadie y sólo las tenéis vosotros. Esto, bien podría pasar, ¿no? Por ejemplo (radical e imaginario): yo, que soy nieto único, soy el único que guarda las únicas fotografías que existen de mi abuelo, que es hermano único y padre de un sólo hijo, desde que, pongamos, tenía sesenta y cinco años. Bueno.

Imaginad ahora que, mierda, mierda, esas fotos, por el motivo que sea, desaparecen del disco duro de vuestro ordenador. Mierda, mierda, a que sí. Imaginad que desaparecen de repente y sin avisar y que un día, cuando queríais recuperar la fotografía de vuestro abuelo, resulta que ya no están las fotos, ni la carpeta, ni nada. Esto no sería nada divertido, ¿no? E imaginad, ya que estamos y para fatigar más el tema, que vuestro abuelo ya está muerto y que la fotografía que buscabais la ibais a utilizar para hacerle un regalo a vuestra abuela. Eso, más que no ser nada divertido, sería la tristeza, ¿eh?

Esta mañana he leído en una revista que el médico y caballero francés Louis de Jaucourt (1704-1779), que además de médico fue filósofo y escritor, trabajó durante veinte años en una vasta obra médica compuesta por seis volúmenes, a la que tituló Lexicon medicum universalis. Y que en 1751, una vez la obra estuvo acabada, quiso enviarla a Ámsterdam para que la imprimieran libre de la censura que por aquellos tiempos agobiaba a Francia. He leído que entonces a De Jaucourt le sobrevino la desgracia y la pena, pues el barco que transportaba el único manuscrito de la obra hacia Ámsterdam se hundió. Y con él, claro, la obra. Ah, qué trágico que hubo de ser aquello para el caballero De Jaucourt, ¿no? La obra que ha plagado toda una vida con sudores intelectuales, aprovechada sólo por los peces y las algas que transitan el fondo del mar. Para él no pudo ser menos que el horror, seguro. Por supuesto, no fue capaz de acometer de nuevo, desde cero, la obra. Así que tras este desastre ofreció sus servicios a Denis Diderot para colaborar con él en la magna obra que por aquellos tiempos estaba preparando: L’Encyclopédie. El caballero De Jaucourt, obsesivo e infatigable, acabó escribiendo 17266 de los 71818 artículos que tiene L’Encyclopédie, por lo que está claro que sin él la obra de Diderot, que es además la obra fundamental de la Ilustración francesa, hubiera quedado incompleta (además, los escritos de De Jaucourt liberaron a Diderot de muchísimo trabajo, lo que le permitió a este centrarse en las obras teatrales y novelescas que, más tarde y junto con L’Encyclopédie, le hicieron famoso).

Qué azarosa es la vida en ocasiones, ¿no? Si De Jaucort no hubiera perdido su obra seguramente no hubiera trabajado en L’Encyclopédie que estaba preparando Diderot. Y, seguramente también, no hubiera llegado a fama alguna. Pero el hundimiento de su obra provocó que, andando el tiempo, se convirtiera en uno de los franceses luz de su época. Y, como consecuencia de ello, que Diderot también se convirtiera, lo mismo que él, en otro de los franceses luz de su época.

Ocurre que en ocasiones el azar mejora el mundo. Y ocurre que en otras ocasiones lo empeora. Y cuando escribo “mundo” me refiero al mundo global del Hombre y al mundo pequeñito de cada uno de nosotros, de cada uno de los hombres. Desde el domingo pasado el azar ha jugado mal con mi alegría y ha entristecido mi mundo pequeñito y particular: se ha perdido, sin que de momento nadie sepa por qué, la cuenta de correo electrónico que, desde hacía ya unos nueve años, tenía con Yahoo! Adiós a las direcciones de algunos amigos a los que ya no veo pero con los que a veces me escribía. Adiós a algunos mensajes antiguos que guardaba y que a veces releía con cariño. Adiós a un trocito de mi vida. Adiós.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues por azar me he encontrado con este blog...

azarosamente encantada he quedado

saludos