martes, 24 de abril de 2007

La fundación de la ciudad de Londres, por Geoffrey de Monmouth

Después de la guerra de Troya Eneas huyó, junto con Ascanius, de la destrucción de su ciudad y juntos navegaron hacia Italia. Allí fue recibido con altos honores por el Rey Latinus, lo que hizo crecer la envidia de Turnus, Rey de Rutuli, quien, sin agotar un instante, entabló contienda de guerra contra él. En la batalla Eneas obtuvo la victoria y, después de matar a Turnus, obtuvo elreino de Italia y con él a Lavinia, la hija de Latinus… Andó el tiempo y ocurrió que su mujer, Lavinia, engendró un hijo varón, y que esta murió durante el parto, y que la criatura fue dada a una niñera. Al niño le llamaron Brutus.

Después de que pasaron quince años, ocurrió un día que el joven Brutus acompañó a su padre a una cacería, y que ese día la fortuna quiso actuar mal con él pues una flecha extraviada por su mano mató, sin él quererlo, a su padre…Tras aquella muerte, estando su familia furiosa en extremo con él, fue expulsado de Italia. Desterrado de este modo dirigió sus pasos hacia Grecia… y al final llegó a una isla llamada Leogecia, que antiguamente había sido arrasada por las incursiones de los piratas, y que estaba por aquel entonces deshabitada. Brutus, no sabiendo nada acerca de aquella isla, desembarcó con trescientos hombres armados para ver quienes eran los que habitaban en ella; pero no vieron a ningún hombre, y mató a varias bestias salvajes de distintas razas que encontraron entre las arboledas y en los bosques, y, al cabo, fue a parar a una cuidad desolada, en la que encontraron un templo dedicado a Diana. Y en él había una estatua de la diosa, que dio respuesta a las preguntas de aquellos que quisieron consultarle. Al final, cargando con los cuerpos de las presas que habían cazado, Brutus y los trescientos hombres volvieron a sus barcos, y explicaron a sus compañeros cosas acerca de aquel país y de aquella ciudad que habían encontrado. Y entonces algunos de los hombres aconsejaron a su jefe que regresara a la ciudad y que, después de haberle ofrecido sacrificios, preguntara a la deidad en qué país les sería permitido encontrar reposo. Todos los demás asintieron a esta propuesta. Así que Brutus, acompañado por Gerion, el que auguraba, y doce de los hombres más ancianos, partió hacia el templo, portando todo lo necesario para los sacrificios. Y habiendo llegado al lugar, y presentándose ante el lugar sagrado con guirnaldas adornando sus sienes, tal y como los ritos antiguos requerían, hicieron tres fuegos en honor a las tres deidades, Júpiter, Mercurio y Diana, y ofrecieron sacrificios a cada una de ellas. Brutus, manteniendo ante el altar de la diosa una vasija consagrada, llena de vino y de la sangre de un ciervo blanco, y con su rostro mirando hacia la imagen, rompió el silencio con estas palabras:

¡Diosa de los bosques, formidable en la persecución
De jabalíes, y de todas las especies salvajes!
¡Despliega tu amplio poder sobre los etéreos caminos,
Y sobre las infernales moradas vacías de luz!
¡Míranos sobre la tierra! Deshaz nuestro destino
Y di ¿qué región es la que el destino ha elegido como nuestro hogar?
¿Dónde erigiremos, en tu honor, templos de vida eterna?
¿Dónde los coros de vírgenes te celebrarán con sus alabanzas?

Aquellas palabras las repitió nueve veces, después de lo cual dio cuatro vueltas alrededor del altar, vertió el vino en el fuego, y se acostó sobre la piel del ciervo, que había desplegado ante el altar, sobre la que durmió. Alrededor de la tercera hora de la noche, en la que es común el sueño profundo, la diosa pareció presentarse ante él, y predijo su futuro como sigue:

¡Brutus! Hay más allá de las fronteras Galas
Una isla a la que rodea el mar del oeste,
Poseída una vez por gigantes; ahora pocos quedan
Que puedan impedir tu entrada, u obstruir tu reinado.
Para arribar a tan, para ti, dichosas costas emplea tus velas;
Allí el destino ha decretado que levantes una segunda Troya,
Y fundes un imperio con tu linaje real.
Un imperio que el tiempo no podrá destruir, ni las fronteras lograrán confinar.

Despertado por la visión, estuvo por algún tiempo dudando de sí mismo, dudando de si lo que había visto había sido un sueño o más bien la aparición real de la diosa prediciendo hacia qué tierra debía encaminarse. Al fin llamó a sus compañeros y les relató en orden la visión que había tenido durante el sueño, ante la cual ellos se regocijaron grandemente. Y entonces todos se urgieron a retornar a sus barcos y, mientras que el viento les fuera favorable, apresurar su viaje hacia el oeste, a la búsqueda de lo que la diosa les había prometido… Brutus se dirigió hacia la flota, y cargándola con las riquezas y los botines que había recogido, se hizo a la vela ayudado por un viento brioso, hacia la isla prometida. Y entonces fue que llegó a la costa de Totness…

La isla era entonces llamada con el nombre de Albión, y no estaba habitada por nadie salvo por unos pocos gigantes. A pesar de esto, la agradable situación de los lugares, la abundancia de los ríos repletos de peces, y la atractiva vista de sus bosques, hizo que Brutus y sus compañeros quisieran fijar en aquella isla su morada. Fue así que atravesaron todas las provincias forzando a los gigantes a huir hacia las cuevas de las montañas. Y al cabo, se dividieron el país entre ellos de acuerdo a las instrucciones de su capitán. Después de esto empezaron a labrar la tierra y a construir casas, de modo que, al poco tiempo, el país pareció como si hubiera sido habitado desde antiguo. Al final Brutus llamó a la isla según su propio nombre, Britania, y a sus compañeros, británicos; pues así fue que de este modo quiso perpetuar la memoria de su nombre. Nombre por el que más tarde la lengua de la nación, que al principio fue llamada Troyana, e incluso lengua griega áspera, fue llamada británica.

Brutus… concibió el proyecto de construir una ciudad. Y con este propósito, viajó a través del país para encontrar una localización adecuada. Y fue llegando al río Támesis y caminando a lo largo de su costa que, al final, apareció un lugar muy adecuado para su propósito. Y en aquel lugar construyó una ciudad, a la que llamó Nueva Troya. Y la ciudad continuó bajo aquel nombre durante largo tiempo, hasta el reinado de su nieto Lud, quien creció en fama por la construcción de ciudades, lo mismo que por reconstruir las murallas de Trinovantum, a la que rodeó también con innumerables torres. Asimismo fue que Lud mandó a los ciudadanos de Nueva Troya que construyeran casas y toda otra clase de estructuras, de modo que ninguna otra ciudad de ningún otro país extranjero situado a una gran distancia a la redonda pudiera exhibir palacios más bellos. Fue Lud, además, un hombre belicoso y magnífico en sus fiestas y entretenimientos públicos. Y aunque tenía muchas otras ciudades, aún amaba a Nueva Troya por encima de todas, y residió en ella la mayor parte del tiempo. Y fue por esto por lo que Nueva Troya fue más tarde llamada Kaerlud. Y fue con el paso del tiempo y por la corrupción de las palabras, que la llamaron Caerlondon. Y fue, al cabo, por el azar de las lenguas, que la llamaron Londres.

Al final, cuando Lud murió, su cuerpo fue enterrado junto a la puerta que hasta estos días ha sido llamada en honor a su nombre…


Figura 1: Ludgate Circus, London, cerca de 1880.


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